lunes, 6 de agosto de 2012

MEMORIAS DE UN MERCENARIO (folletín verídico): “MEA CULPA”


Por el linchamiento mediático de Guillermo Luque, en 1991, en Catamarca. Una confesión liberadora: en el medio, el torturador Patti, el “empleador de mercenarios” Fontevecchia, Menem y una monja. Su autor se retiró de lo que en estos textos llama “el periodismo industrial”, “no arrepentido, pero si harto”, al cabo de 25 años de servicio.

Por Daniel Ares (*) /  Yo fui uno de los periodistas que linchó a Guillermo Luque en el verano de 1991, allá en Catamarca, cuando mandamos a la cárcel a un pibe de veinte años por más de veinte, acusado de un crimen que ni siquiera la mismísima Justicia le pudo probar. No me siento culpable, pero tampoco inocente, no fui el único que participó del linchamiento, ni tampoco fuimos sólo los periodistas. Era la hora de oro del clamor popular.

Para los que no recuerdan el caso que basten estas líneas, o que busquen más en Google bajo cualquiera de los nombres que aquí voy a dar: en setiembre de 1990 María Soledad Morales -17 años, alumna de un colegio de monjas del centro de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca-, apareció asesinada, torturada y violada un lunes a la mañana; y por supuesto esa ciudad, esa provincia –y acaso este país- nunca más fueron lo mismo. Allí terminaban muchas historias porque empezaba esta.

El inmediato primer sospechoso fue Luis Tula, amante de María Soledad, hombre mayor de edad, y casado, así que su esposa, claro, pasó a ser entonces la segunda sospechosa…

El caso parecía así de rápido resuelto, cuando allí surge a la fama nacional la hermana Marta Pelloni -monja directora del colegio al que asistía la víctima-, acusando con nombres y apellidos a cuatro de los hijos predilectos del poder entonces sempiterno de la provincia: el hijo del intendente, Diego Jalil, el del jefe de la policía, Miguel Ángel Ferreira (h), el de un sobrino directo del gobernador, Arnoldito Saadi;  y el hijo del diputado nacional por la provincia Ángel Luque: Guillermo Daniel Luque

Según la monja, María Soledad se les “había ido” en el marco de una “orgía de drogas y de alcohol”.

Por supuesto desde el poder reaccionaron ante las acusaciones, pero también entonces reaccionó la población como nunca antes había reaccionado en Catamarca. Allí nacieron las marchas del silencio, y en ese silencio, se derrumbaba sorda la dinastía de los Saadi.

Sexo, política, drogas, dinero y sangre, al caso no le faltaba nada, cuando entonces le pusieron la frutilla de la torta: en los primeros días de enero de 1991, el presidente del país, Carlos Menem, como si fuera el comisionado Fierro llamando a Batman, le encomendaba el caso al ya mediático subcomisario de “la Bonaerense” -procesado entonces por apremios ilegales-, Luis Abelardo Patti. Tras sus pasos fuimos todos.

Todos. Diarios, revistas, agencias, radios, canales, todos.

En la abulia estival de un verano sin romances, divorcios ni suicidios, “el Caso María Soledad Morales” fue entonces la bendición y salvación de todo el periodismo industrial sin excepciones.

Por aquellos días yo estaba al servicio de la revista Noticias de la Editorial Perfil, de Jorge Fontevecchia.

Medio y dueño -gustaría recordar-, pretendieron siempre ser mucho más que un fabricante de revistas y su producto más lustroso. Lo suyo suponía más bien una causa personal casi patriótica, Noticias era su pluma y era su espada; y nosotros, sus empleados -sobre todo los de Noticias- debíamos suponer que buscábamos la verdad para alumbrarle a los argentinos el camino de la democracia, de la justicia y la moral. 

Pero todo era mentira, más bien, lo único importante era facturar. Y aquel del ‘91, vaya si fue un verano pródigo…

Apenas comenzado el año, aquella espantosa tragedia catamarqueña se llevó de un solo tornado las marquesinas de todas las obras del vodevil atlántico.

Desde la guerra de las Malvinas ninguno de los periodistas que habíamos cubierto ambos sucesos recordábamos otra concentración de prensa tan grande en un lugar tan pequeño. Ni siquiera faltaban corresponsales extranjeros. Catamarca era el centro del país, sino del mundo.

Todos juntos una mañana, detrás de Patti y de sus hombres, desembarcamos allí con nuestras cámaras y nuestros micrófonos, y nuestros apuros antes que nada.

Por mi parte, en 48 horas “cerraba” Noticias, y antes de eso yo debía investigar -y ya que estamos, resolver (de ser posible en primicia exclusiva)-, toda la verdad sobre un caso del que nada de verdad sabíamos.

Para mejor distinguirse de Atlántida, Fontevecchia pagaba muy mal, y sobre todo retaceaba los medios a la hora de producir. Recuerdo que pese a tener el cierre encima, nos mandó en ómnibus desde Buenos Aires; y que además tenía un sistema de viáticos que te obligaba a llevar una contabilidad aparte, o terminabas pagándole por trabajar. 

Sus revistas bien vestidas suelen ser empanadas rellenas de aserrín y vidrio. Pero qué importancia tiene nada de eso cuando el único objetivo es “la Verdad, la Justicia, la Democracia”, y mayúsculas así, ¿verdad?…

El negocio de los medios suele ser como cualquier negocio, donde el cliente siempre tiene la razón, y si no la tiene… allí estamos nosotros justamente para dársela.
El negocio de los medios es captar, interpretar, más bien, la canción que el público quiere escuchar.

Por eso el público de izquierda, ya lo expliqué, compra medios de izquierda, y el de derechas…

La revista “Así es Boca”, por dar un ejemplo, tuvo mucho éxito porque no hablaba bien de River…

Y Fontevecchia no conseguiría ni conseguirá jamás prestigio periodístico ni moral, pero lleva años sobreviviendo en el negocio del periodismo, justamente, porque lo conoce.

En aquellos días que les cuento, el grueso del público argentino –recalentado ya por los grandes medios nacionales (insuflados a su vez por Menem, que soñaba con sacarse de encima a Ramón Saadi en la interna justicialista)- había decidido que el asesino de María Soledad Morales era Guillermo Luque, hijo del obeso diputado saadista Ángel Luque, cuya imagen nunca midió nada bien en el televidente medio…

Para cuando llegamos a Catamarca, ya de los cuatro acusados por la hermana Pelloni, sólo quedaba uno: Guillermo Luque, el único de los cuatro que había salido a defenderse públicamente, como quien oscurece mientras aclara. Y de allí en más, por lo tanto, Guillermo Luque no dejó de excusarse nunca más… ni volvió a ser escuchado tampoco.

Él era ya el asesino de María Soledad, todos lo sabían, y sólo hacía falta demostrarlo. Fuera como fuera. Ya las marchas del silencio callaban su solo nombre; mientras nosotros, la prensa libre y toda, lo gritaba a viva voz en la euforia de los récords de ventas que vencíamos semana a semana.

Una hija de los pobres había sido asesinada. Un hijo de los ricos preso, parecía justicia.
Y para eso estábamos nosotros, la impoluta vox dei de la vox populi que a su vez representábamos y alimentábamos, y viceversa…

Por otra parte, Guillermo Luque no sólo era hijo de un rico obeso saadista, sino que además trabajaba en el Congreso Nacional contratado por su propio padre, así que pronto fue también acusado de “ñoqui”, y ya que estaba de vago, juerguista, drogadicto, degenerado, medio puto, en fin… De a poco y entre todos dibujamos con ese pibe al asesino que la gente más quería. La monja nos daba su bendición, y el pueblo nos alzaba en su ovación. Mejor aún: el pueblo nos compraba y nos compraba.
Por su parte, Patti tampoco precisó investigar demasiado para saber por qué estaba allí y a quién debía perseguir y encarcelar.

En cuando a los jueces del caso… pasaron seis o más, ya nadie los recuerda, uno a uno los fuimos descartando hasta que por fin apareció el que se avino a cumplir sin tantos tecnicismos el mandato popular, que nosotros, por supuesto, expresábamos. Pero eso fue después.

En menos de 48 horas, recién llegados y medio fundidos, con el fotógrafo levantamos la cantidad necesaria y suficiente de testimonios y fotos que sostuvieran como fuese el argumento que llevábamos preconcebido por imperio del marketing.

A punto para el cierre, con tono trágico, recursos del buen folletín, y apenas el rejunte de chismes que a mi paso cualquiera me contaba, despaché una nota perfectamente esquiva entre potenciales improbables en un juego de intrigas que sin solución conducían al mismo desenlace: Catamarca era un infierno, y Guillermo Luque el hijo del diablo. Cumplimos.

Por supuesto, con menos de 48 horas no tuve tiempo de chequear una sola palabra de lo escrito; pero mi comando en Buenos Aires quedó tan satisfecho, que allí nos confirmaron en la cobertura una semana más…

Entonces mi jefe directo era el gordo Rubén Giordano, quien inmediatamente me llamó para decírmelo. La paga no era buena, pero el caso era un gran caso. Por mercenario que uno sea, la adrenalina es la adrenalina.

Claro que como suele suceder en estas notas, más allá de lo que uno escribe y luego te publican, está lo que uno de verdad va sabiendo a medida que pregunta, mira, oye… investiga, bah.

Y resulta que entonces, para la segunda entrega, yo sabía mucho más de lo que sabía recién llegado, y ya no estaba tan seguro de todo lo que había dicho entonces.

Lo hablé con Giordano, le dije que me parecía mejor preservar al pibe Luque hasta que la justicia pudiera probar algo… Giordano por supuesto lo habló con “Jorge”, y de regreso de su encuentro –ya con sus Diez Mandamientos tallados en piedra-, me recordó, primero, que yo era “un profesional”, y sobre todo, lo que ya todos sabíamos sin que hiciera falta saberlo.

- Dejáte de joder, Daniel, todos sabemos que se la cargó el pibe Luque, y que lo protegen porque es quién es, ¿qué me venís con “preservarlo”?… -, recuerdo exactamente que me dijo, tan lejos él de Catamarca, tan allí yo…

En menos de dos meses Patti encarcelaba a Guillermo Luque por orden del juez Luis Ventimiglia, y unos años más tarde, otros jueces -sin que del fallo se desprendiera cómo ni cuándo ni dónde ni quiénes mataron a María Soledad Morales.- condenaban a Guillermo Luque (junto al primer sospechoso del caso, Luis Tula), a veintiún años de cárcel.

De vuelta al verano del ‘91, pocos días antes de que lo detuvieran, cerramos la temporada y agotamos el caso con una edición especial de Noticias, improvisada y falaz, pero que en sólo dos días vendió el doble de lo que vendía habitualmente en una semana entera. La competencia no pudo agregar más nada.

El caso siguió su curso pero los periodistas dejamos Catamarca apenas terminó el verano. María Soledad ya no vendería más sino hasta el día del juicio, y para eso faltaba todavía…

Sin embargo a muchos de los que cubrieron el caso el aura de héroes populares les iba a durar semanas y meses; y algunos, por mucho más tiempo aún, sintieron incluso orgullo de lo que habíamos hecho allí, cuando linchamos a un pibe a la cabeza de un pueblo recalentado en su furia por la canción que le cantábamos nosotros.

Yo fui uno de esos hombres. Precisaba esta confesión.

(*) El autor es editor de Elmartiyo.blogspot.com



2 comentarios:

Luis Quijote dijo...

¡¡A la mierda!!
Era vox pópuli, pero este texto es más claro que una transparencia.
Gracias.
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Pd: Demostrar que "no soy un Robot" [(palabras (2) de Verificación me rompe las pelotas.
Si no la eliminan no volveré a comentar y esta es mi despedida.

Comisión "Nicolas Casullo" de Medios Audiovisuales en Carta Abierta dijo...

Tenés razón pero hasta ahora no le encontré la vuelta para eliminar esa verificación que pone google. Si sabés cómo, pasame el dato.