Por el linchamiento mediático de
Guillermo Luque, en 1991, en Catamarca. Una confesión liberadora: en el medio,
el torturador Patti, el “empleador de mercenarios” Fontevecchia, Menem y una
monja. Su autor se retiró de lo que en estos textos llama “el periodismo
industrial”, “no arrepentido, pero si harto”, al cabo de 25 años de servicio.
Por Daniel Ares (*) / Yo
fui uno de los periodistas que linchó a Guillermo Luque en el verano de 1991,
allá en Catamarca, cuando mandamos a la cárcel a un pibe de veinte años por más
de veinte, acusado de un crimen que ni siquiera la mismísima Justicia le pudo
probar. No me siento culpable, pero tampoco inocente, no fui el único que
participó del linchamiento, ni tampoco fuimos sólo los periodistas. Era la hora
de oro del clamor popular.
Para los que no
recuerdan el caso que basten estas líneas, o que busquen más en Google bajo
cualquiera de los nombres que aquí voy a dar: en setiembre de 1990 María
Soledad Morales -17 años, alumna de un colegio de monjas del centro de la
ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca-, apareció asesinada, torturada y
violada un lunes a la mañana; y por supuesto esa ciudad, esa provincia –y acaso
este país- nunca más fueron lo mismo. Allí terminaban muchas historias porque
empezaba esta.
El inmediato
primer sospechoso fue Luis Tula, amante de María Soledad, hombre mayor de edad,
y casado, así que su esposa, claro, pasó a ser entonces la segunda sospechosa…
El caso parecía
así de rápido resuelto, cuando allí surge a la fama nacional la hermana Marta
Pelloni -monja directora del colegio al que asistía la víctima-, acusando con
nombres y apellidos a cuatro de los hijos predilectos del poder entonces
sempiterno de la provincia: el hijo del intendente, Diego Jalil, el del jefe de
la policía, Miguel Ángel Ferreira (h), el de un sobrino directo del gobernador,
Arnoldito Saadi; y el hijo del diputado nacional por la provincia Ángel
Luque: Guillermo Daniel Luque…
Según la monja,
María Soledad se les “había ido” en el marco de una “orgía de drogas y de
alcohol”.
Por supuesto
desde el poder reaccionaron ante las acusaciones, pero también entonces
reaccionó la población como nunca antes había reaccionado en Catamarca. Allí
nacieron las marchas del silencio, y en ese silencio, se derrumbaba sorda la
dinastía de los Saadi.
Sexo, política,
drogas, dinero y sangre, al caso no le faltaba nada, cuando entonces le
pusieron la frutilla de la torta: en los primeros días de enero de 1991, el
presidente del país, Carlos Menem, como si fuera el comisionado Fierro llamando
a Batman, le encomendaba el caso al ya mediático subcomisario de “la
Bonaerense” -procesado entonces por apremios ilegales-, Luis Abelardo Patti.
Tras sus pasos fuimos todos.
Todos. Diarios,
revistas, agencias, radios, canales, todos.
En la abulia
estival de un verano sin romances, divorcios ni suicidios, “el Caso María
Soledad Morales” fue entonces la bendición y salvación de todo el periodismo
industrial sin excepciones.
Por aquellos
días yo estaba al servicio de la revista Noticias de la Editorial Perfil, de Jorge
Fontevecchia.
Medio y dueño
-gustaría recordar-, pretendieron siempre ser mucho más que un fabricante de
revistas y su producto más lustroso. Lo suyo suponía más bien una causa
personal casi patriótica, Noticias era su pluma y era su espada; y nosotros,
sus empleados -sobre todo los de Noticias- debíamos suponer que buscábamos la
verdad para alumbrarle a los argentinos el camino de la democracia, de la
justicia y la moral.
Pero todo era mentira, más bien, lo único importante era
facturar. Y aquel del ‘91, vaya si fue un verano pródigo…
Apenas comenzado
el año, aquella espantosa tragedia catamarqueña se llevó de un solo tornado las
marquesinas de todas las obras del vodevil atlántico.
Desde la guerra
de las Malvinas ninguno de los periodistas que habíamos cubierto ambos sucesos
recordábamos otra concentración de prensa tan grande en un lugar tan pequeño.
Ni siquiera faltaban corresponsales extranjeros. Catamarca era el centro del
país, sino del mundo.
Todos juntos una
mañana, detrás de Patti y de sus hombres, desembarcamos allí con nuestras
cámaras y nuestros micrófonos, y nuestros apuros antes que nada.
Por mi parte, en
48 horas “cerraba” Noticias, y antes de eso yo debía investigar -y ya que
estamos, resolver (de ser posible en primicia exclusiva)-, toda la verdad sobre
un caso del que nada de verdad sabíamos.
Para mejor
distinguirse de Atlántida, Fontevecchia pagaba muy mal, y sobre todo retaceaba
los medios a la hora de producir. Recuerdo que pese a tener el cierre encima,
nos mandó en ómnibus desde Buenos Aires; y que además tenía un sistema de
viáticos que te obligaba a llevar una contabilidad aparte, o terminabas
pagándole por trabajar.
Sus revistas bien vestidas suelen ser empanadas
rellenas de aserrín y vidrio. Pero qué importancia tiene nada de eso cuando el
único objetivo es “la Verdad, la Justicia, la Democracia”, y mayúsculas así,
¿verdad?…
El negocio de
los medios suele ser como cualquier negocio, donde el cliente siempre tiene la
razón, y si no la tiene… allí estamos nosotros justamente para dársela.
El negocio de
los medios es captar, interpretar, más bien, la canción que el público quiere
escuchar.
Por eso el
público de izquierda, ya lo expliqué, compra medios de izquierda, y el de
derechas…
La revista “Así
es Boca”, por dar un ejemplo, tuvo mucho éxito porque no hablaba bien de River…
Y Fontevecchia
no conseguiría ni conseguirá jamás prestigio periodístico ni moral, pero lleva
años sobreviviendo en el negocio del periodismo, justamente, porque lo conoce.
En aquellos días
que les cuento, el grueso del público argentino –recalentado ya por los grandes
medios nacionales (insuflados a su vez por Menem, que soñaba con sacarse de
encima a Ramón Saadi en la interna justicialista)- había decidido que el
asesino de María Soledad Morales era Guillermo Luque, hijo del obeso diputado
saadista Ángel Luque, cuya imagen nunca midió nada bien en el televidente
medio…
Para cuando
llegamos a Catamarca, ya de los cuatro acusados por la hermana Pelloni, sólo
quedaba uno: Guillermo Luque, el único de los cuatro que había salido a
defenderse públicamente, como quien oscurece mientras aclara. Y de allí en más,
por lo tanto, Guillermo Luque no dejó de excusarse nunca más… ni volvió a ser
escuchado tampoco.
Él era ya el
asesino de María Soledad, todos lo sabían, y sólo hacía falta demostrarlo.
Fuera como fuera. Ya las marchas del silencio callaban su solo nombre; mientras
nosotros, la prensa libre y toda, lo gritaba a viva voz en la euforia de los
récords de ventas que vencíamos semana a semana.
Una hija de los
pobres había sido asesinada. Un hijo de los ricos preso, parecía justicia.
Y para eso
estábamos nosotros, la impoluta vox dei de la vox populi que a su vez
representábamos y alimentábamos, y viceversa…
Por otra parte,
Guillermo Luque no sólo era hijo de un rico obeso saadista, sino que además
trabajaba en el Congreso Nacional contratado por su propio padre, así que
pronto fue también acusado de “ñoqui”, y ya que estaba de vago, juerguista,
drogadicto, degenerado, medio puto, en fin… De a poco y entre todos dibujamos con
ese pibe al asesino que la gente más quería. La monja nos daba su bendición, y
el pueblo nos alzaba en su ovación. Mejor aún: el pueblo nos compraba y nos
compraba.
Por su parte,
Patti tampoco precisó investigar demasiado para saber por qué estaba allí y a
quién debía perseguir y encarcelar.
En cuando a los
jueces del caso… pasaron seis o más, ya nadie los recuerda, uno a uno los
fuimos descartando hasta que por fin apareció el que se avino a cumplir sin
tantos tecnicismos el mandato popular, que nosotros, por supuesto,
expresábamos. Pero eso fue después.
En menos de 48
horas, recién llegados y medio fundidos, con el fotógrafo levantamos la
cantidad necesaria y suficiente de testimonios y fotos que sostuvieran como
fuese el argumento que llevábamos preconcebido por imperio del marketing.
A punto para el
cierre, con tono trágico, recursos del buen folletín, y apenas el rejunte de
chismes que a mi paso cualquiera me contaba, despaché una nota perfectamente
esquiva entre potenciales improbables en un juego de intrigas que sin solución
conducían al mismo desenlace: Catamarca era un infierno, y Guillermo Luque el
hijo del diablo. Cumplimos.
Por supuesto,
con menos de 48 horas no tuve tiempo de chequear una sola palabra de lo
escrito; pero mi comando en Buenos Aires quedó tan satisfecho, que allí nos
confirmaron en la cobertura una semana más…
Entonces mi jefe
directo era el gordo Rubén Giordano, quien inmediatamente me llamó para
decírmelo. La paga no era buena, pero el caso era un gran caso. Por mercenario
que uno sea, la adrenalina es la adrenalina.
Claro que como
suele suceder en estas notas, más allá de lo que uno escribe y luego te
publican, está lo que uno de verdad va sabiendo a medida que pregunta, mira,
oye… investiga, bah.
Y resulta que
entonces, para la segunda entrega, yo sabía mucho más de lo que sabía recién
llegado, y ya no estaba tan seguro de todo lo que había dicho entonces.
Lo hablé con
Giordano, le dije que me parecía mejor preservar al pibe Luque hasta que la
justicia pudiera probar algo… Giordano por supuesto lo habló con “Jorge”, y de
regreso de su encuentro –ya con sus Diez Mandamientos tallados en piedra-, me
recordó, primero, que yo era “un profesional”, y sobre todo, lo que ya todos
sabíamos sin que hiciera falta saberlo.
- Dejáte de
joder, Daniel, todos sabemos que se la cargó el pibe Luque, y que lo protegen
porque es quién es, ¿qué me venís con “preservarlo”?… -, recuerdo exactamente
que me dijo, tan lejos él de Catamarca, tan allí yo…
En menos de dos
meses Patti encarcelaba a Guillermo Luque por orden del juez Luis Ventimiglia,
y unos años más tarde, otros jueces -sin que del fallo se desprendiera cómo ni
cuándo ni dónde ni quiénes mataron a María Soledad Morales.- condenaban a
Guillermo Luque (junto al primer sospechoso del caso, Luis Tula), a veintiún
años de cárcel.
De vuelta al
verano del ‘91, pocos días antes de que lo detuvieran, cerramos la temporada y
agotamos el caso con una edición especial de Noticias, improvisada y falaz,
pero que en sólo dos días vendió el doble de lo que vendía habitualmente en una
semana entera. La competencia no pudo agregar más nada.
El caso siguió
su curso pero los periodistas dejamos Catamarca apenas terminó el verano. María
Soledad ya no vendería más sino hasta el día del juicio, y para eso faltaba
todavía…
Sin embargo a
muchos de los que cubrieron el caso el aura de héroes populares les iba a durar
semanas y meses; y algunos, por mucho más tiempo aún, sintieron incluso orgullo
de lo que habíamos hecho allí, cuando linchamos a un pibe a la cabeza de un
pueblo recalentado en su furia por la canción que le cantábamos nosotros.
Yo fui uno de
esos hombres. Precisaba esta confesión.
(*) El autor es editor de Elmartiyo.blogspot.com
2 comentarios:
¡¡A la mierda!!
Era vox pópuli, pero este texto es más claro que una transparencia.
Gracias.
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Pd: Demostrar que "no soy un Robot" [(palabras (2) de Verificación me rompe las pelotas.
Si no la eliminan no volveré a comentar y esta es mi despedida.
Tenés razón pero hasta ahora no le encontré la vuelta para eliminar esa verificación que pone google. Si sabés cómo, pasame el dato.
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