*Aram Aharonian
Un poco de historia
Hace medio siglo, la profesión del periodista gráfico gozaba de respeto y de dignidad, obtenía el reconocimiento de la sociedad, y jugaba un papel intelectual y –por qué no– también político. Hoy, el periodismo escrito apenas significa una pequeña porción del expandido mundo de los medios de comunicación social, en especial audiovisual y cibernética, donde los empleados ya no son periodistas sino trabajadores mediáticos, personas anónimas.
Hoy el producto final de un medio de comunicación no es de autoría de un periodista, sino el resultado de una cadena de trabajadores que participó en la construcción de, por ejemplo, una noticia.
Cada información trabajada por una cadena audiovisual tiene en su camino a una treintena de empleados, incluidos juristas. Ya no existe el orgullo de lo personal ni la responsabilidad personal, aunque aún haya quienes creen en la primicia.
La revolución tecnológica permitió que las noticias viajen de un lado a otro: ya no era un problema enviar la información. Pero el cambio significó también que la noticia se convirtió en un buen negocio; obviamente no como la conocíamos, sino trastocada en espectáculo, en show.
El descubrimiento del enorme valor económico de la información se debe a la llegada del gran capital a los medios de comunicación y a la necesidad de manipular grandes mercados para facilitar los grandes negocios y, también, el lavado de dineros, muchos de ellos provenientes de la venta de armas y de drogas.
El gran capital configuró redes de comunicación masiva que se convirtieron en poquísimo tiempo en enormes conglomerados en poder de pocas manos: grandes grupos corporativos y multimediáticos dejaron casi fuera del negocio a pequeños medios marginales.
La dirección de las corporaciones quedó en manos de gente que nada tenía que ver con el periodismo, sino que lo veían como vía, herramienta, para obtener grandes y rápidas ganancias. A un jefe de un gran medio no le interesa si la noticia es verdadera, sino si tiene interés y puede vender.
La ética fue una de las primeras víctimas, y el valor de la palabra quedó totalmente trivializado. El trabajador de un medio masivo comercial no investiga en busca de la verdad sino que busca acontecimientos sensacionalistas que ayudan a la empresa a obtener una rentabilidad máxima.
En el mundo capitalista de hoy, tener medios de comunicación es tener poder.
El nuevo negocio mediático
Dicen que el periodismo realmente cambió porque la noticia se convirtió en negocio desde la llegada del gran capital a los medios de comunicación, y la progresiva concentración de estos en pocas manos.
Los grandes multimedios quedaron en poder de empresarios, de gente que no tenía nada que ver con el periodismo, ni siquiera les interesaba la profesión, sino que veían la información como forma, instrumento, herramienta para obtener grandes, altas y rápidas ganancias, y como instrumento para garantizar mercados, consumidores para los productos de sus empresas, fueron estos productos bienes materiales o ideas.
A los nuevos gerentes de los medios no les interesa si la historia es real, verdadera, sino si es interesante y puede vender. Se terminó la ética del periodismo, y fue sustituida por la (¿carencia de?) ética del empresario. La búsqueda de la verdad fue reemplazada por la búsqueda de lo que se pueda vender, y la palabra perdió el valor que tuvo durante décadas, siglos.
La pantalla de televisión relata versiones erróneas, manipuladas, incompletas, incompetentes, que se imponen como una realidad virtual sin la posibilidad de ser contrastadas con la realidad o con documentación original.
Millares de personas aprenden y repiten historias irreales, construcciones ficticias de un pensamiento e imagen únicos, divulgados por los medios comerciales de comunicación, a lo largo y ancho del mundo. Las voces alternativas no tienen la capacidad de ofrecer la misma accesibilidad que los medios masivos, a menos que se conviertan también en medios masivos, alternativos al pensamiento hegemónico.
Los medios deciden qué destacar, qué omitir o invisibilizar, qué cambiar, quién es el protagonista y quién el antagonista; quién tiene voz y quiénes quedan afónicos e invisibles en la construcción de ese mundo virtual.
Cabe preguntarse si son medios de información o de desinformación y ocultamiento. En los noticieros del primer mundo, los latinoamericanos aparecemos sólo cuando nos ocurre una desgracia, pero lo más grave es que ese mismo formato de ocultamiento, tergiversación, manipulación es utilizado por los medios comerciales de nuestros propios países.
Los grandes conglomerados empresariales operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan y generan una nueva fuente de historia, falsificada, fragmentada, artificial, superficial, descontextualizada.
La gente común conoce la historia (virtual) a través de los medios. Y solo cuando su propia realidad contrasta con esta historia virtual y la hace estallar en pequeños trozos, logra darse cuenta de esa dualidad, de ese divorcio entre medios y realidad, entre realidad virtual y real. Cada vez más historias virtuales ocupan el lugar del mundo virtual en nuestro imaginario, que nos alejan de la historia y de los problemas reales del mundo real de las distintas y diversas civilizaciones.
La manipulación de los modos en que piensa la gente es ya una práctica de enorme difusión, que se emplea de diferentes medidas y con diferentes sentidos. Ya no existe la censura como tal sino que se emplean otros mecanismos que definen qué destacar, qué omitir, qué cambiar; en definitiva qué manipular de manera sutil, sistemática, porque esa es la forma de dominar la imagen que dan a conocer a la sociedad y a las sociedades, para operar no sólo sobre la mentalidad sino también sobre la sensibilidad de las sociedades.
Nuestras sociedades consumen hoy grandes dosis de información sin siquiera saber que es falsa. La clave es un sistema de instantaneidad que nadie puede verificar y que en muchas ocasiones es una aviesa manipulación de laboratorios y estudios de cine o televisión.
Hoy, los medios de comunicación comerciales –en general– juegan su papel para deformar la realidad en beneficio de sus intereses y fabricar una opinión pública favorable al sistema y de resistencia a los cambios estructurales de la sociedad.
Cumplen una misión ideológica. Su finalidad no es dar al ciudadano el conocimiento objetivo del sistema social en que viven, sino ofrecerles por el contrario una representación mistificada de este sistema social, para mantener a los ciudadanos en su lugar, dentro del sistema de explotación.
En Latinoamérica los medios del sistema cumplen de manera estricta este papel. Ocultando o tergiversando la realidad crean opinión pública, como lo hacen también las firmas encuestadoras, generalmente contratadas por el mismo medio.
Los grandes medios de comunicación, convertidos en negocio del libre mercado, son tolerantes con la mentira, la falacia y los montajes. Por ello, una mentira tan grande como la supuesta existencia de armas químicas y de destrucción masiva en el Irak de Saddam Hussein, que nunca aparecieron ni fueron jamás expuestas, fue el pretexto para la brutal invasión genocida estadounidense.
En la actualidad cuando nadie duda de la mentira del gobierno de George W. Bush, pocos “medios democráticos” cuestionan la invasión y la ilegalidad de la agresión y el genocidio que, con otra administración, sigue adelante.
No hay que olvidar la creciente concentración del poder de la comunicación social en los planos nacionales y también en el transnacional, para manejar a su antojo el bombardeo en tres dimensiones que parecen unificarse: información, cultura de masa, publicidad.
Los medios comerciales hoy
Los medios masivos de comunicación son aplanadoras de la desculturización, pero aún más, portadores de la alienación, para que el ser humano pierda la identidad y la perspectiva histórica. Hoy, ese inmediatismo del que hablábamos, no permite el análisis de la noticia y la información pasa a ser más de impresiones y sensaciones, que de verdades y realidades.
Se apunta al sentimiento y no al raciocinio. Los investigadores han constatado grandes coincidencias en los discursos de las grandes empresas en cualquiera de estas dimensiones (información, entretenimiento, publicidad): son rápidos, utilizan frases cortas y títulos impactantes; son sencillos, sostienen un vocabulario básico y capaz de ser entendido por todos y usan permanentemente los elementos de dramatización: se expresan mediante emociones. Transmiten noticias de la misma forma en que uno le habla a los niños: sencilla, brevemente y de forma emocional, conduciendo, inevitablemente, a una concepción reduccionista del pensamiento.
Hay quienes dicen que son medios que buscan el lucro o convierten la información en mercancía, pero realmente son departamentos de grandes conglomerados empresariales que tienen como objetivo apoyar la política comercial e ideológica en la que se sustenta su sistema de producción y comercialización. Sus contenidos se conforman con los criterios establecidos por sus accionistas y anunciantes e intentan mantener una relación cordial con los gobiernos si son amigos, u hostil y de chantaje si no son dóciles.
La frivolidad, el chismorreo y la banalidad se suman a su método de adocenamiento ciudadano. ¿Podemos hablar de censura, de regulación o de autorregulación? A nadie parece interesarle el derecho ciudadano a la información y el conocimiento, uno de los derechos fundamentales del hombre. ¿A nadie le interesa la responsabilidad social de los medios? Hablan de regulación de contenidos, pero sólo se trata de regular la actividad de las empresas.
Hoy un espectro persigue el mundo: el de los medios de difusión mundiales y del mensaje mundial de los medios de difusión.
Alguien dijo que estos medios de difusión mundiales son como un barman global, que sirve el mismo cóctel a todos sus clientes, mezclando las mismas dosis e ingredientes de noticias, puntos de vista y avisadores, puntuales y subliminales, con una pizca adicional de sensual incitación consumista.
Muchas teorías de egregios comunicólogos murieron ahogadas por la realidad. Hasta hoy se enseña en algunas universidades latinoamericanas que Internet garantiza la democratización de la información. Alcanza con ver el recibo telefónico para saber que eso no es así.
Internet, nuevo espacio para la libertad de información, es también un nuevo espacio para la libertad de comercio. El control del ciberespacio depende de satélites, de líneas telefónicas y de comunicaciones, y no resulta nada casual que en los últimos veinte años, en todo el mundo, la privatización haya arrancado estos servicios de las manos públicas, para entregarlas y concentrarlas en manos de los grandes conglomerados transnacionales de la comunicación, europeos y estadounidenses.
Los banqueros Rothschild se enteraron por palomas mensajeras de la derrota de Napoleón en Waterloo, pero ahora las noticias corren más rápido que la luz y con ellas viaja el dinero en las pantallas de computación, a razón de dos billones -dos millones de millones- de dólares al día, de los cuales un buen porcentaje corresponde al capital especulativo, que juega a la lotería financiera global. La economía virtual traslada capitales, derriba precios, arruina países y también fabrica millonarios y mendigos en un santiamén. A nosotros, generalmente, apenas nos toca el último renglón.
*Aram Aharonian es periodista. Nació en Montevideo. El golpe de estado lo expulsa a Buenos Aires donde comienza a trabajar para Corriere de la Sera, Excelsior de México y se encarga luego de la edición gráfica del diario Noticias. Sobrevivió durante la dictadura trabajando en las agencias de noticias Prensa Latina e InterPress Service. Entre 1982 y 1985 fue editor y jefe de redacción del diario La Voz. En 1986 comenzó su período venezolano. En Caracas dirigió varias agencias de noticias, fue editor de United Press Internacional (UPI) además de corresponsal de varios medios extranjeros. Autor del proyecto para una televisión latinoamericana a comienzos de 2005 fue nombrado vicepresidente de La Nueva Televisión del Sur y director general de Telesur.
Mabel Maidana, Co-coordinadora Comisión Nicolás Casullo
de Medios Audiovisuales en Carta Abierta.