Por Daniel Ares (*)
Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.(Jean Lartéguy).
El periodismo es para los chicos. Recuerdo haber dicho esa frase por primera vez hace ya muchos años en la mesa de un bar de la trasnoche de un cierre de la revista Noticias ante algunos cansados colegas que allí me dieron toda la razón del mundo con una risa amarga. De tanto en tanto me cuentan que la frase todavía rueda por las redacciones, ya casi anónima. No reclamo derechos, ja. Apenas me alienta y lamento que le deba su vigencia a la verdad incontestable que formula: El periodismo es para los chicos.
Por supuesto me refiero al periodismo con fines de lucro, y sobre todo al periodismo en gran escala, ese que llamo “periodismo industrial”, el de los grandes multimedios, esos que amasan fortunas mientras cocinan poder. Allí las fantasías juveniles sobre el oficio, estallan más rápido que las pompas de jabón de don Antonio Machado.
Superado más o menos pronto el deslumbramiento inicial por el frenesí neurótico de las redacciones, por las aventuras de cabotaje, y por la falsa bohemia -que no es sino el trabajo extra que pronto descubrís que nunca te pagan-; muertas ya sobre los hechos las locas ilusiones de la escuela de periodismo, el Periodismo, su noble esencia, se evapora enseguida en el corazón del novato, que allí nomás se petrifica y continúa… o se evapora también.
El periodismo es para los chicos, pasado un tiempo es un trabajo como cualquier otro, cuando no ya un negocio, en el cual se habla sobre todo de dinero o de poder, o de ambas cosas a la vez, o apenas de fama, de vanidad, de figuración, de nada….
El periodismo como “faro de la verdad que alumbra el camino de la sociedad hacia el bienestar común” o cosas así, son, pronto, chistes que hacen reír a los profesionales, y cuanto más profesionales son, más se ríen. Ja.
El periodismo es una industria cuyo comercio mueve millones. Es un negocio, uno de los negocios legales más grandes y más poderosos del mundo; y como todo gran negocio, es un negocio duro.
Cuando gobiernan las armas, los medios –lo vimos en la Argentina- o bien desaparecen, o bien secundan a las armas, como hicieron Clarín y La Nazión, por ejemplo.
Pero ya en democracia, los medios “son” las armas. De nada sirve mover el más grande aparato partidario para llenar un estadio o dos, cuando otro por la tele te llena diez estadios sin moverse de un estudio. En democracia, los medios son las armas y las armas no son para que jueguen los niños. Por eso el periodismo es para los chicos, pero el negocio no.
El joven novato, con su pasión y su frescura, y su pequeño hatillo de grandes sueños, ¡Oh!, será siempre muy bienvenido en cualquier redacción, como suele serlo en la batalla la valiente carne de cañón de las primeras líneas. Pero si quiere sobrevivir, el novato tendrá que aprender el negocio.
El periodismo es una industria cuya materia prima es la realidad, la información, sí… pero ese no es el producto que vende. El producto que vende dicha industria es justamente la manufacturación de ese insumo, de esa realidad, y de la información que la compone.
Suele decirse que “en las redacciones todo se sabe”. Doy fe. Antes o después toda verdad que más o menos importe, llega a cualquier redacción más o menos importante. Pero también doy fe de que pocas verdades salen de una redacción tal cual entraron. Apenas sí la parte o la forma que defienda o no afecte los intereses económicos y/o políticos de los dueños del medio, de sus socios y sus aliados. Esa es la primera verdad, y el que no la aprenda pronto, no aprenderá mucho más.
Entendido esto, el novato entonces ha de aprender la técnica. La técnica es la suma de recursos a partir de los cuales podrá expresar una idea que no tiene, explicar un hecho que no terminó de entender porque no le dieron tiempo o presupuesto para terminar de investigar; o también presentar como irrebatible una argumentación cosida de apuro con tres o cuatro rumores sin chequear, y sendas precisas directivas de la superioridad. Hay gente muy diestra en el manejo de estas técnicas, y suelen alcanzar posiciones de privilegio con las que tanto sueñan tantos aprendices.
Estos hombres, los profesionales, son apreciados por muchas condiciones, pero sobre todo, por su ductilidad. Son los que siempre se disputa la competencia, los que hoy están aquí y mañana en el medio rival diciendo todo lo contrario pero ganando el doble –caso Lanata-; o instalados para siempre bajo el amparo del mismo mejor postor, disfrazados ya entonces degente de convicciones, caso Joaqu-Inmorales Solá. Estos suelen ser los más caros, los que además de oficio, experiencia, contactos y técnica, venden su nombre como una marca, más su público cautivo como un ganado propio.
“Toda generalización es absurda -decía Bernard Shaw-, incluso ésta”; pero más allá de las honrosas excepciones de rigor -y de sus precios relativos-, del renombre o no que tenga uno u otro; todos ellos son “profesionales”. Algunos los llaman “mercenarios”. Yo, por ejemplo, porque yo fui uno de ellos. Por eso tampoco lo digo despectivamente, sino con cierto resignado orgullo. Después de todo, los mercenarios por lo menos saben que no son sino soldados, peones, a lo sumo alfiles cuando no caballos del impresionante ajedrez sobre el que danzan.
Y así como no puede acusarse de “cipayo” a un operario de la Coca Cola, así tampoco los periodistas, los trabajadores de los medios, pueden ser culpados por los crímenes del medio al que sirven. Ni por lo tanto creerse, ninguno de ellos, nada especial, sino apenas lo que son: operarios de una gran maquinaria que en sí misma los ignora.
Son tiempos cruciales para el periodismo en la Argentina. La Ley de Medios, el abierto enfrentamiento por fin con los monopolios multimediaticos que hace mucho usan su poder para algo más que informar, el emplazamiento de la Corte Suprema de Justicia; marcan los picos de la contienda… son días cruciales para el periodismo, y para la Argentina.
Pero no para los periodistas. A lo sumo se abrirán nuevas fuentes de trabajo, en ese sentido, sí, pero… pero cuando el mando cambie, cuando muden los patrones, cambiarán seguramente los villanos y los héroes de sus páginas, el enfoque general del medio, el contenido y tal vez hasta el estilo, el nombre, y el papel; pero los periodistas no.
Cuando todo cambie ellos seguirán allí, en la línea de combate, haciendo su trabajo, cumpliendo con sus órdenes, siempre soñando con otro ascenso y su aumento, con las vacaciones en enero; siempre al pie de cada cierre, atentos al taller que acecha porque es la hora, presionando al boludo que no entrega y te entierra, soportando al patrón que pide sangre, sudor y lucro… pase lo que pase ellos seguirán allí como siguen los soldados en el frente por mucho que cambien los mandatarios que los mandan… Siempre alguien tendrá que carga ese fusil, y disparar contra ese blanco… siempre.
Y salvo por esos chicos que por un rato juegan a ser héroes, idealistas y valientes, la guerra y el periodismo, como tantas otras actividades muy lucrativas, se resuelven con profesionales, es decir: gente que hace lo que le dicen, sin preguntar demasiado, porque para eso le pagan lo que le pagan.
Románticamente yo los llamo mercenarios porque fui uno de ellos, y porque los sé inocentes. Hacen lo que les mandan porque precisan la paga. Son la mano ejecutora, nada más. Matan y salvan sin pasión, es su trabajo.
Sé que algunos de ellos se creen mucho más, y más de uno acaso escupa la pantalla si me lee. Yo los perdono a todos como si fuera quién.
Los periodistas no son culpables de nada aunque tampoco son inocentes. Surgen de las profundidades de un conflicto mucho más hondo, y sólo tratan de sobrevivir. Ya en la batalla, el fuego los modela, no los viejos sueños.
(Continuará).
Fuente: Agepeba
(*) El autor es editor de Elmartiyo.blogspot.com
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