Por Daniel Ares (*) / Para sostener la pluma con la espada, doy inicio con a estas Memorias de un mercenario, porque una buena historia vale más que mil imágenes.
Más allá de su apariencia literaria, vale advertir que esto no es una ficción. Todos los hechos y las personas que aquí se mencionen, así como los escenarios, los medios y las fechas, son reales. Cualquier parecido con la ficción es porque los medios suelen convertir la realidad en una ficción. Pero esta es la verdad de esas mentiras.
Por supuesto cuando digo “periodismo” y “negocio”, me refiero entonces a lo que mal suele llamarse el“periodismo profesional”, y que yo personalmente prefiero distinguir aquí como “periodismo industrial”. Dejemos lo de “profesional” para destacar la excelencia o la eficiencia, no la obediencia.
El periodismo entonces, en tanto negocio, es un negocio basado en la extorsión.
Más de veinticinco años de oficio en dicha industria me dan carta blanca para afirmarlo así de rápido, y me permiten además sostenerlo en pocas líneas.
El periodismo es un negocio basado en la extorsión: se denuncia lo que no anuncia, y lo que anuncia no se denuncia. ¿Hace falta decir más? Más digo.
Me abstengo de dar nombres en esta introducción porque aquí no quiero perjudicar a nadie en particular sino a todos en general.
Ningún medio, grande o pequeño, que ostente algún anuncio, o se apoye en algún financista, morderá jamás la mano que le da de comer. ¡Mas cuidado con aquél que allí no anuncie ni aporte! Ése prófugo, desde ya sospechoso, bien puede ser investigado, incluso perseguido, y, si alguna mínima falta, pecado o culpa le caben, ¡inmediatamente denunciado!, pues claro: ¿para qué está el periodismo sino para esclarecer a la opinión pública, verdad?…
Ahora bien… si el investigado-perseguido-denunciado, antes de ser denunciado, es avisado de la inminente denuncia –cosa que en las grandes redacciones ocurre con frecuencia-, y allí entonces, de pronto iluminado, el investigado decide por fin anunciar… bueno, allí tal vez acaso aquella investigación exclusiva deje su espacio a otra información, exclusiva también, por qué no, un divorcio rimbombante, o mejor aún, algún escándalo de vodevil que bien puede acabar en nada…
Hubo un tiempo en que ese periodismo fue el cuarto poder. Hoy es el primero.
Porque alguna vez algunos hombres, inventada la imprenta, descubrieron que se podía lucrar con la información; pero luego otros hombres, más astutos, más hábiles, más vivos, descubrieron que con la información se podía lucrar, sí, pero con la opinión, la injuria y la calumnia, se podían hacer fortunas.
Estos hombres, tan sagaces, sabían también que la gente, el grueso del público, no quiere la verdad, quiere apenas que le den la razón; quiere argumentos más o menos elaborados para decir lo que dicen sin saber muy bien por qué lo dicen; o sea: quieren un guión para sus obsesiones y sus fantasmas… Así, y desde siempre, el público de izquierda, por ejemplo, compra diarios de izquierda; y el de derecha, a su vez… Y así aquellos hombres tan astutos, tan sagaces, aprendieron a tocar la canción que su público quisiera escuchar, y entonces con el público, claro, llegaron los avisos, los anunciantes, los financistas… y los que no llegaron, los fueron a buscar, ¿o para qué tenían el público, no?…
Blindados por la santísima trinidad de La Opinión Pública, La Verdad y La Libre Expresión, estos hombres, tan sutiles, tan astutos, tan arteros, comenzaron a hostigar a todos aquellos que podían y no querían anunciar con ellos, o facilitarles créditos; o en el caso de funcionarios oficiales, exenciones impositivas, concesiones, licencias, prebendas… negocios, bah.
A cambio, claro -como don Vito Corleone, por ejemplo-, estos hombres, tan pícaros, tan pillos, tan visionarios; ofrecían protección cuando no difusión: ya nadie rompería sus vidrieras nunca más, y encima sus productos serían los más vendidos…
Dueño así del público y sus líderes, el periodismo industrial creció y creció. Por cada diario vendido, se cuentan cuatro cabezas compradas. Cuando llegaron la radio y la televisión, y el cable y sus cadenas de noticias 24 por 24; ya todos quedamos rodeados. Y entonces el cuarto poder se convirtió en el primero.
Así los medios, los grandes medios –que no son medios, que son grandes grupos, inmensas concentraciones de dinero y de negocios (de poder, o sea)-, representan las únicas tribunas públicas que nos quedan, y desde allí ellos, los dueños de esos medios -de esas tribunas-, imponen, filtran, escogen, para nosotros, candidatos, jueces, diputados, senadores, y cómo no, presidentes…
De izquierda o derecha, de centro o de costado, todo medio en venta precisa dinero, se hace por dinero, y quiere dinero. Y por un simple instinto de supervivencia, no ataca a quien le da dinero, ataca más bien a quién se lo niega.
Que alguna vez el vacío de las instituciones en la Argentina haya elevado una industria a la categoría de institución… no es mérito del periodismo sino consuelo de tontos.
Sé lo que digo. Si alguien quiere discutirlo, aquí estoy. Veinticinco años de oficio. Más. En los más grandes medios, en medios medianos, pequeños, laterales, de orígenes, tópicos, alcances y objetivos diferentes. Fui marinero, y me retiré capitán. Sé lo que digo.
Mientras tanto y desde ya, para sostener la pluma con la espada, y porque una buena historia vale más que mil imágines, aquí comienzo esta serie de rápidos relatos basados en experiencias propias que refrendarán con hechos, fechas, nombres y detalles, cada una de estas palabras; y que bien me cabe titular, humilde y honradamente: Memorias de un mercenario.
De momento, aquí dejo martillada esa triple verdad que desde ya me banco ante cualquiera: el periodismo industrial es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados.
Por eso la “Ley de Medios”. El tamaño de su esperanza, y la ferocidad su contienda. (Continuará).
Fuente: Agepeba
(*) Editor de Elmartiyo.blogspot.com
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