Les decía que nunca agradezcan nada. Para la revista Noticias yo había logrado una muy buena nota sobre –contra- Eduardo
Eurnekian, a partir del muy buen material que silenciosamente me había enviado
Julio Ramos. No le debía nada. Nuestros intereses se alinearon: yo tenía que
escribir contra Eurnekian, y él quería destruirlo.
Por Daniel Ares (*) / No le debía nada,
pero igual me lo cobró. Y enseguida, antes de un año. Eran los inicios de los
años ‘90 cuando los dueños de los medios se echaban sobre las privatizaciones
del COMFER, como gatos al camarón. El COMFER, entonces, lo dirigía Guinzburg,
León Giunzburg. Ramos lo odiaba a él también.
Yo ya no estaba en Noticias,
ya trabajaba de vuelta para la Editorial
Atlántida (ver No odies a tu enemigo, contrátalo), en una revista
recién nacida, casi abortada, hecha de apuro tan luego para dicho juego de
gatos y camarones. La revista se llamaba Tele Clic,
pero de ella les hablaré en otro momento, porque así, pequeña y nueva, de
género menor, fue sin embargo una de las mejores y más ilustrativas historias
de mi carrera.
El caso es que llevado por la temática de las licencias y sus
privatizaciones, allí una tarde me encuentro frente a Julio Ramos en su
despacho de director y dueño del diario Ámbito
Financiero, grabador en mesa, todo listo para la entrevista con
aquél tiburón lleno de dientes, y de ferocidades…
No recuerdo nada de la entrevista, a no ser que en
un momento, Ramos gritó:
- ¡Lo que pasa es que Guinzburg es un coimero!…
El cazador de
escándalos sabe reconocer una buena presa apenas la oye. Le señalé el grabador,
le recordé que grababa.
Ramos lo miró, se le
acercó bien, y en voz aún más alta, dijo:
- ¡El señor León Guinzburg, director del Comfer, es
un coimero!
Y luego se acomodó
de nuevo en su sillón y me miró como quien sopla sus dos pistolas recién
disparadas.
Contento con mi injuria en exclusiva, publicamos la
entrevista inmediatamente, y aquella frase fue en un destacado cuerpo 38.
La pólvora no estaba mojada, y explotó tal cual lo
esperábamos. La nota armó su revuelo, y tanto, que poco tardó León Guinzburg en
procesar a Julio Ramos por injurias y calumnias. Los grandes medios recogieron
la noticia. Tele Clic crecía.
Pero yo me vi en
problemas.
La denuncia de
Guinzburg contra Ramos entró en el juzgado de la jueza María Servini de Cubría,
y allí inmediatamente, apenas citado, Ramos se desdijo de todo alegando que
eran todos inventos míos.
Me reí, yo había
guardado, como corresponde, aquel cassette con los gritos de Ramos. Ja já. Me
reí, sí.
Pero allí vino el doctor Pablo Argibay Molina, abogado entonces
de la Editorial Atlántida, a
explicarme que no, que yo no debía reírme. Que todavía faltaba mucho para los
Kirchner, y que aun la ley protegía a los editores de lo que firmaban sus
periodistas, porque las vaquitas eran ajenas y bla blá, y que de nada servía
ese cassette de mierda, porque además existía aún una figura legal llamada “vehículo de injuria”, por la cual yo, al reproducir
aquellos dichos de Ramos, era ya tan culpable como Ramos, y ahora que Ramos se
había desdicho, yo era el único culpable de todo.
Nunca agradezcan nada.
De ese enredo no me sacó ni Argibay Molina, ni Ramos, ni mi
nuevo abogado, que el día de la audiencia llegó dos horas tarde… De ese enredo
me sacó, en tal caso, la amable doctora Servini de Cubría, a quien sí, ya que
está, le agradezco. Nunca agradezcan nada, pero hacéte amigo del juez.
Habían pasado ya dos o tres años de todo aquello, yo no estaba
más en Atlántida,
y por supuesto Argibay Molina –Atlántida, bah- había abandonado mi defensa sin
siquiera avisarme. Mercenario que para, mercenario que cierra…
En fin, el caso es que allí estaba yo ahora, en el
banquillo y sin abogado, solito con mi viejo casette, frente a León Guinzburg
-hecho un auténtico león junto a su adusto equipo de leguleyos-, y la doctora
Servini de Cubría, que me miraba así … preguntándose como yo quién iba a
defenderme…
Mi abogado por fin
llegó, pero para entonces ya todo había terminado.
Hartos de esperarlo,
expuse yo mismo los hechos, asistido por la más pura verdad, y para ilustrarlos
mejor, les hice oír el casette. Claramente era Julio Ramos el que allí decía lo
que después dijo que no había dicho. Claramente, sí, pero… marche preso igual:
el casette no servía como prueba, y yo seguía en problemas.
Entonces la doctora
Servini de Cubría, con el acuerdo de Guinzburg y de sus abogados -y sin que yo
proponga nada-, aceptaron que yo aceptara la versión de Ramos, y me retractara
allí mismo por haber inventado tales calumnias ¡y haberlas puesto encima en
boca de otro!…
Se trataba de una injusticia de ribetes
pornográficos, más bien, pero la alternativa era el calvario de una causa
contra Ramos -mientras me defendía de Guinzburg-, y que antes de acabar,
acabaría conmigo.
Sin abogado aún,
allí todavía, con la Servini ahí, que maternal y misericordiosa me aconsejaba
mentir para salvarme; y don León al lado -vuelto de pronto un buen león
herbívoro -, y yo joven todavía, sí, pero cada vez menos (esto es: ya con más
problemas que expectativas), bueno… para cuando entró mi abogado disculpándose
por el tránsito, yo ya me había retractado de lo que nunca había dicho, y ya
hablábamos todos de otra cosa. La doctora Servini ordenó una vuelta de café. La
pasamos bonito.
Al día siguiente apenas, el diario Ámbito Financiero destacaba
en un recuadro la integridad del señor Julio Ramos, cuya inocencia había sido
demostrada en la causa por injurias contra León Guinzburg, a partir de la confesión de parte del propio Daniel Ares, autor de
la nota…
Para entonces yo trabajaba en el diario La Prensa. Lo llamé a Ramos, desde la redacción,
inmediatamente, apenas leo aquél recuadro.
Como era de esperar, Ramos no pudo atenderme, hablé con Roberto García,
su mano derecha de toda la vida, un gran mercenario, un par, le recordé la
verdad de los hechos, le pregunté si no era por lo menos para ahorrarse aquél
recuadrito que todos sabíamos tan indigno.
Pero la verdad no recuerdo qué me dijo Roberto, si
es que algo me dijo… Apenas me oí decir lo que le decía, sentí que hablaba
solo, que le preguntaba a la lluvia por qué el agua mojaba…
Nunca agradezcan
nada, no.
Al juez tampoco. Ni
el café.
(*) El autor es editor de Elmartiyo.blogspot.com
Mabel Maidana, Co Coordinadora Comisión Nicolás Casullo
de Medios Audiovisuales en Carta Abierta
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