Ariel Magirena, co-coordinador de la Comisión de Medios Audiovisuales en Carta Abierta presentó su ponencia en el 1º Congreso Mesoamericano y 3º de Periodistas, Chiapas-Mexico.
Ariel viajó con su ponencia dando respuesta a una invitación de los organizadores del Congreso a la Comisión de Medios Audiovisuales en Carta Abierta.
Desde la Comisión dimos amplia difusión al trabajo tanto al interior de Carta Abierta como a los blogers, páginas web y medios convencionales.
Al ser publicada, la ponencia dio lugar a interesantes y amplios debates que contribuyen a la actividad constante de interpelación, por parte de los diferentes núcleos de pensamiento vinculados con la comunicación, al fenómeno que se manifiesta actualmente en toda su magnitud de los medios concentrados distribuidores del discurso hegemónico representante del pensamiento de derecha.
Si bien, como se ha dicho, la ponencia a circulado in extenso, hoy la Comisión de Medios Audiovisuales en Carta Abierta deja constancia en su espacio de la producción de Ariel Magirena, que tuvo la satisfacción de que el trabajo fuera premiado.
Discurso hegemónico, objetividad y ética.
Nunca como hoy la relación entre medios de comunicación y poder había respondido con este nivel implacable de dialéctica al punto de romper los paradigmas fundamentales del periodismo. Ante la abundante literatura acreditada existente, vamos a saltearnos el análisis de cómo llegó el capitalismo en su fase más perversa, el neoliberalismo, a instalarse como discurso hegemónico y a diseñar ideológicamente la estructura actual de la propiedad –la concentración- de los medios de comunicación de masas, para intentar abordar la problemática del ejercicio del periodismo, que hoy entraña, como nunca, la pertenencia de clase de los trabajadores de prensa. Probablemente esta conciencia sea uno de los escollos más visibles al momento de pensar y discutir los aspectos de incumbencia social como los de organización y lucha gremial en el ejercicio de nuestra profesión. Convertida la información en mercancía y los medios en escaparates el actual modelo informativo no necesita periodistas más que vendedores. Así el modelo del, o la, periodista exitosos es el de mayor exposición, investido de un poder que aquilata sus capacidades de seducción y de persuasión. Un modelo individualista y superficial que forma “estrellas” que están por encima de la sociedad y de las relaciones de clase. Un modelo que es doblemente mentiroso al sugerir a sus estrellas periodísticas que son más importantes que la mercancía que venden, ocultándoles que ellos mismos son una mercancía. Un modelo que también vende vendedores.
Sabemos que la palabra expresa el pensamiento, por lo que también influye en el pensamiento. La desaparición de categorías en el relato social, cuidadosamente secuestradas en la guerra semiológica, implica la clausura de conceptos que describen la lucha de clases con la intención de que lo que no se describe no exista. Así en la argentina, laboratorio de preferencia del pensamiento colonial, el discurso hegemónico virtualmente suprimió de la lex política la denominación del “pueblo”, eje, protagonista y sentido de la lucha social, por el lavado apelativo a la “gente”, categoría preferida por la inmensa y reaccionaria clase media que entiende así excluyentemente a sus pares. Del mismo modo se inaugura la universalización de categorías como regalo a las oligarquías o las nuevas burguesías, como está ocurriendo respecto del conflicto de intereses desatado por los terratenientes en relación con la renta extraordinaria de las exportaciones agrícolas, a quienes, graciosamente, la prensa liberal califica de “campo”, pese a que representan el tercio de los propietarios y el 5% de la capacidad productiva (medida en fuentes de trabajo). Así también, sólo como ejemplo, los residentes de los barrios más carenciados son “habitantes” u “ocupantes” en oposición abierta a “ciudadanos”, o los niños en delito no son sino “menores”, hoy bandera de la campaña sobre la “inseguridad”.
Casi está de más decir que esta clausura de categorías impone también la agenda periodística y habilita el “relato” de la realidad que, por cierto, está embebido de la estructura ficcional que funde y confunde la información con el show. Pese a que el análisis científico de los medios revela la grosería con la que se aplican los mecanismos de manipulación el sistema cuenta con que la prensa está formada con su modelo discursivo y su perspectiva. De tal manera que no necesita que cada redacción tenga en sus mesas “cuadros” ideológicos que marquen el sentido editorial o actúen como policías del pensamiento. Si no posee pensamiento crítico, el periodista liberal reproduce “naturalmente” el discurso y la perspectiva dominantes. Los medios degradan, corrompen y sustituyen el sentido común mientras encorseta a los periodistas y comunicadores en paradigmas vetustos pero que le son favorables. El primero es uno de los mitos mejor instalados y convertido en valor y prejuicio: la objetividad. Los medios de masas no necesitan ser objetivos sino simplemente declararse así, del mismo modo que se titulan “independientes”, y replican a los medios, y periodistas efectivamente independientes, exigiéndoles “objetividad” en un escenario en cuya composición sólo aparecen los elementos por ellos seleccionados. La reivindicación de la objetividad periodística busca anular al periodista y al comunicador como “sujeto” para tenerlo como “objeto”, como herramienta. De hecho la objetividad es el atributo de los objetos; la de los sujetos, la subjetividad. Es aquí donde se impone declarar un frente de batalla en la guerra semiológica: el periodista no será objetivo sino, veraz, profundo, responsable y contextual, todos ellos valores éticos fundamentales y excluyentes.
La argentina se prepara para discutir una nueva ley de servicios audiovisuales que reemplace a la ley de radiodifusión impuesta por la dictadura más sangrienta de su historia. Significará el saldo de una larguísima deuda que tiene la democracia cuyos antecedentes democráticos más cercanos se encuentran en el gobierno peronista de la mitad del siglo pasado: el estatuto del periodista, de 1946 y el derecho popular a la comunicación y la información que formaban parte de la constitución revolucionaria de 1949, que debieron ser incorporados, junto con otros derechos, por la presión popular, en la constitución que impuso la dictadura de 1955 y sobrevivieron hasta la que rige hoy desde 1994. Con una concentración inédita de la propiedad de los medios, convertidos, como calificara Nicolás Casullo, en el partido de la derecha de mi país, por primera vez se discutirá el fin de los monopolios y el derecho de las organizaciones sociales, comunitarias y el Estado, de ocupar equitativamente el espectro. Un desafío que es una ofrenda para una democracia de contenidos y una responsabilidad para los periodistas que reconozcan su rol social, su pertenencia de clase (trabajadora), y su categoría política: pueblo. Pero fundamentalmente un paso gigante en la disputa continental contra el pensamiento colonial.