1. Vivimos tiempos
de desafío y de riesgo. Tiempos de urgencia y de esperanza. A pocos días de las
elecciones, demasiadas cosas están en juego como para no señalar el dramatismo
de la hora. Sabemos, siempre lo supimos, que los proyectos transformadores de
matriz popular y democrática se enfrentan, tarde o temprano, con aquellas
fuerzas poderosas que desde el fondo de nuestra historia, una y otra vez, han
buscado sostener su dominio porque creen, con su visión patrimonialista, que el
país les pertenece, que siempre les ha pertenecido. Pero también se enfrentan,
esos proyectos que suelen ir contracorriente, a las nuevas demandas, que no
nacen ni viven del recuerdo de la tragedia previa, sino de las vicisitudes y
las emergencias del presente, incluso cuando van en contra de sus propios
intereses. Y también se enfrentan, los proyectos como el iniciado en mayo de
2003, a sus propias dificultades y tensiones, esas que nacen de una realidad
siempre en estado de extrema fragilidad que nos recuerda la gravedad de una
época en la que nada parece quedar a resguardo de los grandes vendavales de un
capitalismo global en estado de crisis pero capaz de seguir imponiendo sus
decisiones y su hegemonía en la mayor parte del planeta.
Entender
el carácter de la ofensiva del capital neoliberal significa desentrañar el
grado de dramatismo que hoy amenaza a los proyectos políticos que buscan, sobre
todo en Sudamérica, vías alternativas a las que nos condujeron y quieren seguir
haciéndolo hacia la intemperie social y económica. La hora es incierta porque
está en juego la continuidad o no de una política que ha podido, con sus
dificultades y contradicciones, reinstalar en el centro de la escena la disputa
por la distribución de la renta material y simbólica. El reforzado frente
restaurador, que incluye a las corporaciones económico-mediáticas, a las
fuerzas de la derecha, a las expresiones del peronismo conservador y a los
neoprogresismos reaccionarios, busca cerrar este momento de reparación de la
vida popular.
Unos,
los poderosos, intentan recuperar el terreno perdido horadando, desde todos los
ángulos posibles y utilizando todos los recursos a su alcance, la continuidad
de un proyecto que, después de décadas de penurias para los intereses
populares, logró reabrir la esperanza en el interior de un pueblo lastimado y
saqueado. Otros, las personas comunes, los ciudadanos de a pie, los que viven
el día a día con sus logros y sus dificultades, no suelen fatigar los caminos de
la memoria a la hora de sentirse seducidos por opciones políticas que cierran a
cal y canto cualquier alusión al pasado y a su tragedia social, económica,
política y cultural porque, aunque no lo digan, están dispuestas, esas fuerzas
hoy opositoras, a implementar aquellas terribles recetas que tanto daño nos
hicieron. Exigen, con el derecho que surge de lo reconstruido y de sus propias
perspectivas y demandas individuales, seguir mejorando y seguir superando los
núcleos duros de la desigualdad, las carencias, las injusticias y las zozobras
de la vida cotidiana. Poco tiempo
le dedican a valorar lo que se ha conquistado en estos arduos y sorprendentes
años en los que el país logró recuperar la brújula de su historia dejando
atrás, como no se cansaba de decir Néstor Kirchner, el infierno en el que nos
habíamos convertido como sociedad.
Lejos
de las capturas ideológicas de largo aliento, más lejos aún de identidades
fijas y permanentes, parte de la ciudadanía de esta época mediatizada no suele
permanecer adherida a solidaridades cristalizadas. La fluidez, lo efímero, la
fetichización del cambio y de la última novedad, la lógica de la sociedad de la
mercancía y del espectáculo les exige a los lenguajes políticos y a la propia
democracia que aprendan a lidiar con esa persistente fragilidad de las
identidades contemporáneas. Nadie tiene la vaca atada. Cada día hay que renovar
el vínculo y el contrato de origen. La fugacidad de lo vivido pende como una
amenaza recurrente en el interior de una vida social que mide su satisfacción a
cada instante y de acuerdo, la mayor parte de las veces, con la narrativa que
de esa misma vida social se hace desde las grandes usinas comunicacionales que,
en la actualidad, constituyen la avanzada de los poderes corporativos y el laboratorio
desde el que se despliegan las nuevas formas hegemónicas que articulan el
estado de las conciencias. El riesgo nace de creer que lo conquistado y lo
recuperado, aquello que hizo y hace posible el diseño de una sociedad capaz de
reconstruir lo que había sido brutalmente destruido, no depende -hoy, acá y en
estas horas decisivas- de la continuidad del kirchnerismo.
Algunos,
los poderosos, los que han ejercido a discreción -y apelando muchas veces a la
violencia homicida- el poder en la mayor
parte de la travesía histórica del país, saben que no se puede seguir
permitiendo que un proyecto nacido de antiguos sueños de justicia e igualdad
siga pronunciando ese camino que acabe invirtiendo décadas de dominación y
sometimiento. Saben que la llegada del kirchnerismo vino a sacudir un estado de
injusticia y de derrota de las tradiciones populares. Que vino a interrumpir la
continuidad de la barbarie social y la ampliación de la desigualdad al mismo
tiempo que reabrió la posibilidad de reconstruir la tradición de una lengua
emancipatoria que hoy recorre una parte sustantiva de Sudamérica. Sabe,
también, que no puede permitir la prolongación en el tiempo de un proyecto que
le ha devuelto a la multitud invisible la potencia para encarar con energía
renovada profundas transformaciones en el interior de una realidad social que
sigue siendo un territorio en y de disputa. Sabe, a su vez, que la ampliación
de derechos multiplica las voces dispuestas a defender lo conquistado y a
oponerse a los intentos de restauración del poder neoliberal. Es simple su
intención: cortar de cuajo lo que nunca tenía que haber ocurrido, sellar, por
inactual e imposible, la invención democrática que renació hace diez años
cuando nada ni nadie lo podía preveer o imaginar. Van, una vez más, por la
reconquista de sus privilegios y por la plena posesión del poder de decisión.
Quieren terminar con una atrevida política que reinstaló entre nosotros la
esperanza de la igualdad. Ellos no confunden ni se confunden, saben cómo y
contra quien tienen que descargar toda su artillería destituyente.
Otros,
los bienintencionados, los que suelen identificarse con posiciones
progresistas, prefieren instalarse en la lógica de la demolición asociándose a
la feroz campaña que desde las usinas del poder mediático se viene
desarrollando contra el gobierno. Son los eternos buscadores de una “república
virtuosa”, esa que supuestamente yace en un oscuro filón de la nación,
extraviada después de los tiempos del primer centenario, y sometida una y otra
vez -eso piensan y proclaman sin sonrojarse- por los populismos demagógicos, al
vaciamiento y la corrupción. Sin encontrar ninguna incompatibilidad, allí donde
buscan convertirse en los heraldos de los valores republicanos, suelen confluir
con los poderes corporativos y, siempre, terminan por travestirse a imagen y
semejanza de esos grupos privilegiados. Pero, eso sí, en nombre de la República
y de su salvación. Lo que no dicen o no saben es que cada vez que esas fuerzas
se alzaron para defender la “virtud amenazada de la república” no hicieron otra
cosa que destruir derechos, aniquilar libertades y vaciar de contenido a la
propia vida democrática. Ofreciendo un rostro y una retórica supuestamente
progresista, arropados en banderas de larga prosapia libertaria, terminan por
volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las estrategias
destituyentes: el poder económico-mediático que va en busca de la restauración
conservadora.
Es
por eso que, en esta hora compleja y desafiante, nos dirigimos a los hombres y
mujeres de nuestra patria que no renuncian al sueño de una sociedad más justa.
Que, con toda honestidad, asumen como propias, en ocasiones, las críticas más
despiadadas e injustas que, construidas en el laboratorio de la derecha
corporativa, acaban convirtiéndose, sin que lo visualicen, en parte de su
propio sentido común y en la entrega de sus ideales democráticos a quienes no
han hecho otra cosa que vaciarlos de todo contenido emancipador. Los llamamos a
que, sin dejar de sostener sus tradiciones y sus diferencias, sepan reconocer
la abismal distancia que separa a un proyecto -con sus aciertos y sus errores- que
no ha dejado de inclinar la balanza hacia el horizonte de un país más
igualitario y democrático, de aquellos sectores dominantes y hegemónicos
dispuestos a quebrar en mil pedazos esas esperanzas que en los últimos diez
años no han hecho más que multiplicarse.
Detrás,
muchas veces, de retóricas seudo progresistas buscan seducir a ciudadanos que,
de saberlo, no estarían dispuestos a acompañar sus estrategias reaccionarias.
Pero también se montan en el sistemático esfuerzo por despolitizar, a través de
los lenguajes massmediáticos, a quienes han sido sujetos de la reconstrucción y
la ampliación de derechos sociales, civiles y culturales. Avanzan disputando sentido
común y opinión pública. Utilizan el espectacular poder de fuego de las
corporaciones comunicacionales siempre dispuestas a reforzar los intereses de
los grandes grupos económicos y a amplificar la contra revolución cultural que
el neoliberalismo viene desarrollando globalmente. Buscan desprestigiar y
debilitar hasta la extenuación a un gobierno que, a contrapelo de las
tendencias mundiales y en consonancia con algunos países de la región, se
atrevió a desafiar el orden establecido. Ellos sí que van por todo: van por la
liquidación de los derechos, van por la ampliación de su renta, van por la
perpetuación de su poder, van contra los deseos tumultuosos de las mayorías que
siguen soñando la igualdad, van contra las demandas de memoria, verdad y
justicia y por la impunidad de sus propios crímenes. Ellos saben lo que está en
juego, saben cuál es el corazón de la disputa y de qué modo golpear contra la
Presidenta y contra un proyecto que ha sido capaz de romper la terrible
continuidad de una dominación implacable que llevó a la peor de las intemperies
sociales, políticas, económicas, culturales y jurídicas.
Son
momentos donde se manifiesta con su fuerza silenciosa la ironía de la historia:
por un lado, la conciencia pública democrática se halla sumida en un gran
debate; por otro lado, esa misma conciencia se halla aprisionada por enormes
operaciones mediáticas que sobre el idioma real de la historia, sobreponen el
idioma vacío del miedo y de una abstracta reparación moral. De este modo, esa
dramática distancia entre la vida real, con sus cotidianas realizaciones y sus
rumoreos deshilvanados, se yergue en términos de un gran poder mediático que
traba la expresión genuina de los intereses sociales con una expresión repleta
de pulsiones fantasmales: es un modelo de conclusión de un ciclo como
anunciación de un “modelo de llegada”, el de un candidato que ha convertido su
nombre en un algoritmo y sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la
pinta entradora de vendedor de terrenitos a plazos, dispuesto a cualquier
señuelo.
2. Ante tales circunstancias, es
necesario reponer todo un diccionario de ideas y de correspondencia entre éstas
y las definiciones más clásicas de un acervo político que está también
amenazado. Se trata de analizar una vez más los resultados del capitalismo en
el plano de sus acciones reales sobre la materia histórica, y en el plano de
sus fantasías ideológicas. Un cuarto de
siglo pasó desde la reconfiguración que sobrevino con el fin del mundo
bipolar. El velo de la promesa
democrática y de un mundo en paz, con la que Occidente batalló para obtener la
hegemonía conquistada, ha caído. Se ha impuesto una única “verdad”, la de un
capitalismo que no tolera diferencias y organiza, por el contrario, cruzadas uniformadoras de sistemas económicos,
modelos políticos, culturas y proyectos de pueblos y naciones. Es en
perspectiva, el diseño de un futuro global a medida de un Imperio que impone su
ley, otorgándole a ésta el valor de “Justicia Universal”. La ilusión de un
capitalismo humano, instalada durante la “Edad de oro”, iluminada por los
estados del bienestar de las socialdemocracias europeas, se derrumbó, dejando
revelado haber sido una estrategia de competencia con el “mundo socialista”
caído, más que una opción programática de burguesías con sentido social. Cristina
llamó anarcocapitalismo financiero a esta hegemonía de un sistema depredador y
llamó a recuperar lo mejor de aquello que pudo o quiso a duras penas construir
el propio capitalismo cuando tuvo que atender las demandas de las grandes
mayorías que se rebelaban contra una antigua trama de injusticias. Eso es lo
que se ha acabado en los países centrales.
Es Sudamérica el lugar en el que, a
contracorriente, se busca defender derechos y conquistas que recuerdan al
Estado de Bienestar, pero que quieren ir más allá. Eso lo sabe el poder
hegemónico y ha buscado y lo seguirá haciendo quebrar estas experiencias
popular-reparadoras. En nuestro país, muchos que se ofrecen como portadores de
una perspectiva “progresista” no hacen más que movilizar sus recursos retóricos
e ideológicos a favor de la ola liberal-conservadora que viene arrasando los
derechos de las mayorías en los estados europeos. Esos “progresistas” han
defendido a Capriles y atacado las opciones populares sudamericanas en nombre de
la “virtud republicana”, del mismo modo que han derramado todos sus prejuicios
sociales y raciales al caracterizar a los habitantes de los barrios marginales
y pobres del gran Rosario como “inmigrantes de origen toba o de Bolivia y
Paraguay” que traen su pobreza desde “fuera”. Un lastre “indio y extranjero”
que no es responsabilidad del gobierno “progresista”.
El último cuarto de siglo ha sido de guerras e invasiones.
Irak, en dos oportunidades, el descuartizamiento de Yugoslavia con
intervenciones puntuales de las grandes potencias en cada uno de sus
conflictos, Afganistán, Libia, y ahora la latente amenaza sobre Siria. También
este tiempo ha sido de un capitalismo financiero que organizó el mundo
desterritorializando la producción industrial y deslocalizando el trabajo con
el fin de reducir los salarios, ampliar las ganancias, destruir las conquistas
de los trabajadores, desarmar sus organizaciones y movilizar el capital de un lugar a otro,
sin límites, sin controles, ampliando hasta los niveles más desmesurados las
esferas financieras en las cuales las oligarquías más poderosas del globo se
apropiaban de la parte del león de las ensanchadas plusvalías. Los cantos de
sirena de una era post-industrial o de una época del fin del trabajo,
contrastan con las maquilas de salarios miserables, jornadas extensísimas de
trabajo y condiciones de precariedad y pobreza de las grandes masas populares.
Sin embargo, para el objetivo de un mundo único y uniforme no
alcanzaba con resolver el pleito bipolar. La nueva hegemonía se lanzó a
adocenar un Tercer Mundo que desplegaba proyectos propios, que había organizado
estados para impulsarlos, librado luchas de descolonización y liberación; un
Tercer Mundo en el que se habían conformado movimientos nacionales y populares
y afirmado ideales de emancipación y autonomía, pero que también sufriría de
errores, desaciertos y derrotas nacidas de experiencias que se encontraron ante
sus propios límites y sus propias fallas. La ideología neoliberal de
privatizaciones, desintervención pública, apertura irrestricta a las
inversiones externas, flexibización laboral, culto a los mercados
-especialmente a los financieros- fue predicada y practicada como poderosa
lógica de desorganización de estados, regímenes previos, pensamientos críticos,
modos de vida, valores, costumbres y creencias. Así recuperó y amplió su hegemonía el capitalismo neoliberal. Sobre esta
tierra arrasada hoy se despliega la, tal vez, mayor de sus crisis.
Los programas de ajuste en Europa, las campañas militares en
África y Asia, el ninguneo de las Naciones Unidas, la naturalización de la
función de un gendarme universal, el manejo unilateral de la emisión de moneda
mundial por parte de la potencia hegemónica, denotan la decisión del mundo
central de agudizar la crisis para que se resuelva sobre la base de ensanchar y
profundizar el paradigma regresivo de polarización social y concentración de la
riqueza y del poder. Pero, en la última década se abrió una grieta en esta
humanidad desolada, arrasada y desilusionada por un sistema que se había
sentenciado a sí mismo como definitivo e irreversible. Una esperanza creció en
América Latina. Una esperanza que fusionó el renacer de culturas milenarias,
con las gestas de la independencia y las experiencias populares de mediados del
siglo pasado. Nombrar a los que encendieron ese nuevo fuego siempre es
imprescindible: Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, Cristina. Sus nombres
están ya indisolublemente ligados a la recuperación de utopías, dignidades y
voluntades transformadoras.
Así, la reciente participación de Cristina en el G20 fundó un
nuevo momento. Un discurso y una gestualidad de autonomía rompió con el diseño
de un ámbito organizado para un consenso unánime que consagrara la voluntad de
los países centrales. Señaló la complicidad de los EEUU con los fondos buitre,
reclamó por un regreso a un genuino multilateralismo y denunció que la paz no
se construye con guerras. Días después profundizó su pronunciamiento en la
Asamblea de las Naciones Unidas, sostuvo que no hay guerras justas, denunció la
hipocresía de las potencias que hablan de diálogo y no se sientan a conversar
cuando peligran sus intereses coloniales, criticó a quienes preparan intervenciones
armadas en nombre de la paz -cuando previamente fueron proveedores directos o
indirectos de las armas con las que se despliegan los conflictos-, pidió la
restricción y regulación de las lógicas anárquicas y perversas con las que se
maneja el capital financiero internacional, reclamó sobre una reforma del orden
internacional que favorezca el mayor peso de la opinión de las naciones
periféricas, exigió el cumplimiento de los acuerdos entre países.
Es claro que nuestra Argentina y nuestra América Latina
batallan contra intentos restauradores.
Como siempre, éstos se siembran de adentro y de afuera. Los fallos de la
justicia norteamericana contra nuestro país revelan el propósito de un
disciplinamiento “ejemplificador”. No se trata sólo de la imposición de una
lógica de la financiarización, que hasta puede resultar dañada por la desmesura
de hacer caer una reestructuración de deuda magníficamente lograda, si no de la
priorización de una actitud nada amistosa contra una nación y una región que
han recuperado una política internacional independiente, avanzado en proyectos
económicos transformadores y reconstruido sus Estados nacionales. Los actos de
espionaje sistemático llevados a cabo por los EEUU, violatorios de la soberanía
de nuestros países han generado reacciones dignas, impensables hace apenas una
década, como la de Dilma Rousseff que canceló su viaje a la superpotencia.
También hubo una firme y solidaria respuesta frente al grave secuestro que
sufriera Evo Morales por parte de potencias europeas unos meses atrás.
Todo ello acontece mientras grupos económicos locales,
mediocres oposiciones políticas, y medios monopólicos que pretenden comandar la
erosión del proyecto popular, acechan para medrar con el producto de
devaluaciones y turbulencias de caminos regresivos. La ilusión de un “gran empresariado adicto”,
heredado de otras épocas y otros proyectos de país, se desvaneció en estos diez
años. Sus exponentes no sólo aumentan precios y provocan inflaciones que
erosionan el ánimo popular, si no que conspiran por nuevas megadevaluaciones
del peso para engrosar fortunas que reposan en negocios financieros
internacionales luego de utilizar cuantas vías de fuga idean astutamente. Sus
figurantes de escena, repetidores de discursos vetustos rellenos de frases de
ocasión, han mudado de escenario y militan activamente en entramados opositores
apostando al “fin de ciclo”. Es una
hora dramática, en la que los proyectos políticos transformadores de nuestro
continente deben repensarse y, dentro de ellos, su lógica de alianzas. Alianzas
imprescindibles para su consolidación y profundización, dos términos
inescindibles, pues congelar el presente, detener los cambios, conservar sólo
lo hecho, más que insuficiente resulta imposible. Los restauradores dicen que
quieren poner un freno, pero pretenden bombardear lo construido, aleccionar
contra las ansias de cambio, naturalizar la decadencia neoliberal. Por eso
prometen un país “serio”, reinsertado en el mundo, tan “moderno” como la
podredumbre que impúdicamente exhiben las economías del norte desarrollado.
Son tiempos de afirmar el proyecto, a la vez que de
reencauzamiento de rumbos. Exigen acelerar los pasos de la unidad e integración
regional, a la vez que priorizar las construcciones políticas y la movilización
popular. De construcción de más Estado. De políticas que, con participación
popular, ensanchen más aun la ciudadanía. De ampliar las mejoras en la
distribución de la riqueza, porque queremos y hace falta más. De formalización
plena de los trabajadores. De mayor acceso de los campesinos a la tierra. De
mayores derechos para los pueblos originarios. De despliegue del acceso a la
vivienda. El kirchnerismo con sus grandes aciertos y también con sus errores,
ausencias, deudas pendientes y limitaciones marcó una dirección popular y
democrática tan profunda que sólo admite, desde una mirada emancipatoria, la
crítica que tiende a fortalecerlo. La vocinglería opositora que le señala
insuficiencias para debilitarlo, aunque acierte muchas veces en desnudar la
falta, aunque luzca centroizquierdista, confraterniza con el intento
oligárquico de consumar el “fin de ciclo”. Porque lo que está en juego no es el
éxito o fracaso de una gestión, entendida como un agregado de medidas o
políticas, sino el sentido de una época. No hay profundización de ella sin
continuidad, o para ser más dramáticos, sin futuro del kirchnerismo como fuerza
transformadora en el poder. Los que quieren ordenar,
poner fin al tumulto, limpiar la escena, enaltecer la corrección, ser héroes de
la buena conducta, se proponen como el cementerio de los proyectos
transformadores.
La demolición, que provocó e inició la dictadura cívico-militar
en 1976, de una Argentina con empleo
digno y solidaridades sociales, estructuras políticas que identificaban clases,
culturas y proyectos, aun no fue revertida plenamente. Los años del proyecto
popular en curso recuperaron el paradigma del trabajo, la vocación de autonomía
nacional, el rol de lo público y los ideales de igualdad y justicia. Pero la
estructura concentrada y extranjerizada de la economía permanece y resulta de
difícil, aunque necesaria reducción. Si bien la desigualdad disminuyó, subsiste
aun la fragmentación política, social y sindical. Una tercera parte de los
trabajadores ocupados permanece en la informalidad, si bien se han tomado
medidas históricas con la legislación del trabajo rural y en domicilios
particulares. La volatilidad de políticos profesionales que migran como
miserables oportunistas desde cargos importantes detentados en un gobierno que
promovió un viraje profundo en la política argentina hacia opciones regresivas
del pasado revertido, ejemplifica sobre carencias de la política argentina del
presente, aunque ésta haya recuperado su función de actividad transformadora.
Es necesaria una iniciativa más enérgica para emprender construcción política y ensanchar la
capacidad e intensidad de la movilización popular que impregne de otra densidad
a la militancia, a la pertenencia, a la participación, a la adhesión y a la
simpatía por el proyecto transformador. Hace falta transitar hacia una
democracia profunda en la que la instancia electoral consagre, en ese momento
culminante, la voluntad y pasión que se construye permanentemente en un ideal
compartido de sociedad integrada y fraternizada. Es el gran desafío para la
continuidad.
El actual es un momento crucial. Es época de generar
esperanzas. De plantearle a la sociedad compartir un programa para la
profundización de un proyecto que ha resultado tan exitoso como justo. Han sido
diez años de avances prodigiosos. La escena de un pueblo hambriento, marginado
y sin trabajo ha sido reemplazada por un tiempo de disputas sociales por
mejorar las condiciones de vida, por alcanzar la igualdad. Toda una política de
gobierno signada por el sentido de la ampliación de derechos es la que convoca,
y nos convoca, a jugar nuestra pasión y la acción para sostener ese sentido
peleando por la continuidad de esta política ahora y en el 2015. Memoria,
verdad y justicia. Convenios Colectivos. Salario Mínimo. Recuperación del
sistema de jubilación de las manos de la especulación financiera. Mejor
distribución del ingreso. Aumento del presupuesto educativo. Asignación
Universal por Hijo. Matrimonio igualitario. Ley de servicios de comunicación
audiovisual. Nueva Carta Orgánica del BCRA. Autonomía frente a las políticas
del FMI. Resistencia frente a los fondos buitre. Despliegue de las cooperativas
de trabajo. Mejora sustantiva en los ingresos de los jubilados. Gobierno civil
de la política de defensa. Desendeudamiento. Nacionalización de YPF, Aerolíneas
y aguas. El plan Procrear, que acaba de
expandirse… Una lista extensísima, abierta, de no acabar. Hubo tiempos en los que la sorpresa de los nuevos hechos de
la gestión, que invertían las consecuencias del neoliberalismo, alcanzaban por
sí solos para obtener el respaldo ciudadano. Hoy se requiere más. Es justa y
necesaria la promesa, el dibujo de un futuro, la convocatoria a participar en
la profundización de una gesta. Establecer el contraste, la contracara que puje
contra la declamación de las derechas, los “pragmatistas” y los falsos “centroizquierdistas”
que han hecho de la difamación una propuesta política, de la falla la
impugnación del todo, de la virtud la impostura, del resultado de una política
la casualidad de una ocasión. Es una hora de más hechos, argumentos y debates.
Esgrimir sólo el balance no es suficiente.
Las últimas medidas tributarias mejorarán notablemente los
ingresos de los trabajadores formalizados, así como comenzarán a trazar un
camino de justa imposición a la renta. Pero queda pendiente una reforma
tributaria integral que acentúe la mejora en la progresividad del sistema que
comenzara con la implantación de las retenciones a las exportaciones
agropecuarias. Una profunda discriminación de los productos y tasas para el
gravamen del IVA, liberando del mismo al consumo popular e intensificando la
imposición de los bienes suntuarios sería parte de la misma. También la
recuperación del impuesto a la herencia que fuera eliminado por la dictadura
terrorista. El aumento de los aportes patronales revertiría la reducción de los
mismos que constituyó parte de las políticas de “flexibilización” laboral.
Fueron muy significativos los recientes cambios introducidos en el régimen del
monotributo y beneficiarán a sectores de ingresos bajos y medios.
Además, ha sido muy importante la legislación que suspende
los desalojos de los campesinos, como así también el comienzo de las tareas
para reconocer la posesión y propiedad de la tierra por parte de las
comunidades indígenas, mediante el establecimiento de su propiedad colectiva
sobre las mismas. Sin embargo, es necesario profundizar más aun esta justa
política, disponiendo la titularización de esas tierras y emprendiendo una
política integral que avance en la generación de conciencia y la adopción de
criterios que reconozcan el carácter social que define a ese recurso natural
estratégico.
Muchas veces el gobierno ha reaccionado con atraso. La
política ferroviaria y la energética han transcurrido por caminos erróneos en
una larga fase del proyecto nacional en curso. Las consecuencias fueron
dolorosas y costosas. Sin embargo, esos desvíos hoy se encuentran en vías de
corrección y se han adoptado medidas de fondo para reestructurar esos sectores.
Pero los daños causados a la marcha del proyecto no han sido menores, aunque
siempre las transformaciones reparadoras fueron tomadas desde una perspectiva
de profundización.
Para hacer posible la aplicación de un derecho básico para
los ciudadanos como es el derecho a la salud, hoy todavía tropezamos con un
sistema fragmentado y desigual que debe transformarse, avanzando en la
planificación de la salud, adoptando así, un criterio inverso al de los países
de la Alianza del Pacífico, donde la exclusión es creciente debido al
predominio del paradigma de la mercantilización. Sin embargo, ha habido avances
importantes, a través de múltiples acciones emprendidas por el Ministerio de
Desarrollo Social, como la Asignación Universal por Hijo, la ley de procreación
responsable, las medidas contra la violencia de género, la ley de salud mental,
la ley antitabaco, un amplio plan de vacunación obligatoria y el tratamiento
gratuito del HIV-SIDA. La postergada reglamentación de la producción pública de
medicamentos es una de las incomprensibles demoras que deben ser reparadas.
A los momentos críticos, a las dificultades, el gobierno las
enfrentó siempre con medidas e iniciativas fieles al sentido de su proyecto
político. La derecha opositora, en sus versiones burdas o travestidas de
“centroizquierdistas” repite monocordemente las mismas impugnaciones,
cualquiera sea el lugar de América Latina que se trate: corrupción, inflación,
inseguridad. Una receta única para esmerilar gobiernos “populistas”. La primera
siempre resulta condenable, aunque el capitalismo suponga su existencia
sistémica. La inflación siempre debe ocupar, pero la derecha pretende
convertirla en el eje de la economía para aplicar planes de ajuste y reducción
del salario, mientras que una política más efectiva para enfrentarla sería
redoblar los controles, sistematizarlos, disciplinar a los empresarios, ampliar
significativamente las formas y prácticas de comercialización estatal,
provincial y municipal directa de bienes esenciales. Bienvenida y oportuna la
mesa de diálogo que abrió Cristina para abordar los acuerdos que persigan
restringir los aumentos de precios. La inseguridad, que los medios hegemónicos
instalan y silencian en dosis que manejan a conveniencia del poder concentrado,
constituye un problema estructural de las megalópolis “modernas” nacidas del
capitalismo anárquico, guiado por el paradigma del más crudo individualismo;
controlar, discriminar, perseguir y encerrar
adolescentes condice con las lógicas del chivo expiatorio para disipar
el reclamo de las víctimas sin resolver, o más aun, agravando lo que se enuncia
querer solucionar. Cualquier estrategia de mano dura favorece la ampliación de
la complicidad del delito con integrantes y jefes de los cuerpos de seguridad.
Contrariamente la estrategia de construir una “seguridad democrática” y el
camino de abordar la especificidad juvenil abren la esperanza para reducir
inseguridades e injusticias. El kirchnerismo, desde su inicio, ha cuestionado
las salidas punitivas o la apelación “salvadora” a la mano dura como fórmulas
mágicas para combatir el delito. Hoy, como ayer, esa debe ser su brújula a la
hora de intentar nuevos caminos ante una problemática extremadamente compleja
que no tiene una solución lineal.
3. No resulta sencillo ir contra el prejuicio y el
resentimiento, pero más difícil es intentar explicar el odio que, de un modo
incisivo y sistemático se difunde por ciertos medios de comunicación, y va más
allá de todas las diferencias políticas para anclarse en una visceral
inhumanidad. Lo que se despliega por el éter informativo en estos días
argentinos es, cuando de lo que se trata es de horadar y debilitar al gobierno,
una estrategia inclemente que no se detiene ante ningún obstáculo ni conoce la
frontera del respeto y la compasión por el padecimiento del otro. Esa
estrategia encuentra su correspondencia en algunos sectores de la sociedad que,
sin ningún disimulo, se regodean en ese modo
antagónico a toda forma de convivencia democrática. Escudándose en una
“moralidad virtuosa”, en la apología de una república añorada desde que la
“demagogia populista invadió la nación”, movilizan todos los recursos a su
disposición para hacer naufragar un proyecto que, después de décadas de
impunidad de los poderes reales, se plantó frente a los “dueños del país”
defendiendo los intereses populares.
El odio y la visión canalla del mundo se
conjugan en aquellos "periodistas" que buscan golpear a la figura
presidencial. Vuelve sobre nosotros un discurso de una violencia que habíamos
imaginado sellada en nuestra historia pero que regresa intocada de su viaje por
el tiempo. Deseo de muerte, goce con el padecimiento y la enfermedad del otro,
en este caso de Cristina como antes de Néstor Kirchner o, más lejos en el
tiempo, de Evita. Virulencia.
Comparaciones históricas infames: primero con el nazismo, después con el
fascismo y, ahora, con el lopezreguismo. Literalmente se mofan de las víctimas
reales de la historia y juegan con los límites para transgredirlos. En el deseo
de ellos está lo peor. El odio es su estrategia y buscan multiplicarlo
penetrando una zona oscura de nuestra sociedad que se reencuentra con una parte
espantosa de sí misma, aquella que cristalizó en la frase "viva el
cáncer" cuando Evita luchaba por su vida. El odio sólo construye
destrucción. Por eso, hoy más que nunca, compromiso con la democracia,
militancia de las ideas, rebelión contra los canallas y redoblamiento de la
participación para continuar transformando el país en beneficio de las
mayorías.
Dos
años que serán tan largos como disputados transcurrirán entre las elecciones de
octubre y las de 2015. Lejos de reflexiones como las de “fin de ciclo”, en las
que se sumerge una intelectualidad antipopular, incluso perteneciente al
antiguo cuño de una extraviada progresía liberal, que anida y alienta una
restauración de gravosas consecuencias, elegimos ampliar nuestro compromiso con
ideales y sueños de liberación nacional y emancipación humana, cuyo devenir
juega su suerte en la etapa histórica argentina junto al actual proyecto. La
crítica no es, afirmamos, el ascético ademán de la disolución, la descalificación
y la injuria. Es, ante todo, el acto libertario de develar las formas que
asumen la dominación, la injusticia y otras formas de violencia invariablemente
ejercidas sobre nuestro pueblo, y como tal su ejercicio es inherente a la
alternativa política que ha dado en llamarse kirchnerismo. No cejaremos en el
esfuerzo por convocar a compañeros que buscan destinos similares a los nuestros
y permanecen fuera del proyecto, a ensayar un camino en común para fortalecerlo
y bregar por cambiar lo que haya que cambiar. Porque hemos optado por el
lado de los más débiles de la Historia y de esta historia de confrontación con
las corporaciones del poder. Porque hemos reconocido la extraordinaria voluntad
de reparación que irrumpió en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, una
voluntad que nos devolvió el sueño de un país justo. Porque valoramos la
entereza, el coraje y las convicciones de Cristina que, sobreponiéndose a dificultades
por todos conocidas, no ha dejado de asumir un compromiso ejemplar con su
pueblo. Ese es, también, el sentido que elegimos dar a nuestras vidas.
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