lunes, 17 de junio de 2013

JORGE, RODOLFO Y NOSOTROS

A la memoria de dos periodista emblemáticos de nuestras prácticas como herramientas para la transformación de la realidad. Su textos y actos profesionales, y sus propias vidas como militantes, iluminan en la comprensión del entramado mediático y político de la derecha concentrada contra proyectos democráticos como los que encabeza la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
 “Todas las calumnias, todas las mentiras, las más monstruosas deformaciones, han sido puestas en práctica (…) todos nuestros pueblos han sufrido o están sufriendo el ataque innoble de quienes pueden atacarnos porque tienen el monopolio de la formación de la opinión pública, en gran parte del mundo. Pero creemos que ha llegado el momento de quebrar ese monopolio y ventilar el mundo de tanta calumnia y falsedad (…). No vamos a pretender  que cambien su estilo, que digan la verdad e informen, ya que la desinformación es su objetivo. Pero manténganse dentro de las normas que han seguido hasta ahora. Mutilen, distorsionen, en fin, mientan como siempre, que nadie se asombrará (…)”. Párrafos pronunciados y escritos por el entonces director fundador de la agencia de noticias Prensa Latina, nuestro compatriota Jorge Ricardo Masetti; los primeros como partes del discurso inaugural de la Primera Reunión Internacional de Agencias Informativas, en La Habana, el 12 de enero de 1960, y el último invocación en una carta dirigida a directivos de la agencia estadounidense AP, a mediados de ese mismo año.
 “La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era el ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana. En ese mismo lugar, seis meses antes, nos había sorprendido una medianoche el cercano tiroteo con que empezó el asalto al comando de la segunda división y al departamento de policía, en la fracasada revolución de Valle (…).Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: ‘Viva la patria sino que dijo: ‘No me dejen solo, hijos de puta’. Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?”. Rodolfo Walsh, en el prólogo a Operación Masacre.
 Jorge y Rodolfo, compañeros en una lucha única, en aquella en la cual la palabra es acción y la acción es palabra, transitaron juntos los momentos fundacionales de la agencia de noticias Prensa Latina, fundada por Masetti al calor de la Revolución Cubana, el 16 de junio de 1959. Sí, exactamente cuatros años después de los bombardeos sobre la Paza de Mayo contra el general Perón y contra el pueblo argentino, en lo que fue el gran ensayo macabro de la doctrina de seguridad nacional, la que fieramente celebraría su sueño de muerte el 24 de marzo de 1976, contra el mismo pueblo y las mismas esperanzas.
Luego, Masetti y Walsh decidieron por una misma opción, por la abierta militancia liberadora, empuñando las armas del pueblo. Jorge y Rodolfo fueron periodistas ejemplares, pero sobre todo hijos de un laberinto epocal, de una instancias del tiempo que se tradujo en canto épico; como en algún momento de la película  "P4R+ Operación Walsh” (producida a fines de los ’90 por el actual vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto) dice el escritor Ricardo Piglia: “Walsh no fue una víctima sino un héroe”; al igual que Masetti, agrego aquí.
 Recordarlos en estos días tiene un especial y urgente significado porque son la contratara de aquello en lo que derivó la práctica periodística hegemónica.  Programas como el que  conduce Jorge Lanata, los titulares de Clarín anunciando un supuesto plan del gobierno nacional para acabar con la gobernación de Daniel Scioli y cualesquiera de las tantas otras y cotidianas apariciones mediáticas a las que nos tienen acostumbrados los sirvientes de Héctor Magnetto, no son otra cosa que operaciones de inteligencia puestas al servicio del poder concentrado que, en su desesperación, tan sólo apuesta por la sedición, al desgaste y al quiebre de las instituciones.

El escenario recién descripto nos condiciona como periodistas, pues, aunque conscientes de las dialécticas políticas y tecnológicas a las cuales por imperio de la Historia se ven sometidas nuestras prácticas, en claro tenemos que éstas no dejan de pertenecer a cierta ontología, a cierta razonabilidad de su propio ser como tal.

Hace tiempo que en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP trabajamos sobre el modelo teórico metodológico Intencionalidad Editorial, en tanto herramienta para el estudio de la producción y el análisis de contenidos periodísticos, que, en síntesis, contempla lo siguiente: toda práctica informativa es parcial porque siempre y en forma inevitable y a partir de agendas, voces o fuentes y estilos o modos de relato, toma partido por tal o cual actor o circunstancia; en el aparato de producción y reproducción de sentidos del bloque histórico liberal burgués o capitalista-imperialista, el periodismo pasó  a encubrir su naturaleza militante tras los velos sigilosos y de ocultamiento del llamado profesionalismo, con su falsaria proclamación de “objetividad”; aquella “profesionalidad” y esa falsa “objetividad” le permiten al periodismo  hegemónico imponerle a la sociedad toda un conjunto de valores expresivos de los intereses de las clases dominantes como si fuesen valores del conjunto.

Pero cuando la cuerpos tangibles entran en tensión histórica, cuando las víctimas saltan del deseo a la voluntad organizada, entonces se cumple una ley de oro de nuestro campo de praxis y análisis: la capacidad de influencia del aparato mediático hegemónico es inversamente proporcional a la capacidad de organización y movilización política y cultural de los actores que pasan de subalternos pasivos a rebeldes con proyecto propio de sociedad.

Y en la medida que esa irrupción popular cobra densidad, volumen y profundidad es que los haceres mediáticos con capacidad de influencia hegemónica agudiza entran en una crisis que, agudizándose en si sí misma, ingresa en un proceso de clara descomposición: el periodismo deja de ser tal para convertirse en otra cosa que, lejos de inscribirse en el campo de la creatividad ficcional (como algunos suponen, aun con buena intención), apenas si refleja una copia deformada de ciertos modos de acción psicológica encubierta, propios del entramado estatal-privada de los aparatos de inteligencia de los países centrales, en especial de Estados Unidos.

Se equivocan entonces quienes le atribuyen características de ficción literaria o histriónica a los protagonistas ocasionales de esos guiones, protagonistas con condiciones psicológicas y somáticas explotadas por quienes conducen la operación, asesores con los que cuenta el Grupo Clarín - porque a ellos recurrió hace rato el poder concentrado para operar contra el proyecto nacional y popular abierto y desplegado desde 2003 por Néstor y Cristina-, con el objetivo de ensayar esa suerte de versión como reflejada por espejos deformantes de las viejas técnicas de acción psicológica de la CIA.

Estamos así ente hechos sediciosos que son consecuencia de una práctica comunicacional que resignó su propia ontología, para ofrecerse en términos prostibularios como empleada de baja estofa de los conocidos de siempre, de los servicios de inteligencia, tan experto ellos en golpes de estado, torturas y delitos varios, casi siempre de lesa humanidad.
Por Víctor Ego Ducrot 
Fuente: Agepeba

Mabel Maidana, CoCoordinadora Comisión Nicolás Casullo
de Medios Audiovisuales en Carta Abierta. 


sábado, 8 de junio de 2013

POR UN 7 DE JUNIO DE ESPECIAL URGENCIA

 
Desde un enfoque teórico según el cual la práctica periodística necesaria y legítimamente siempre toma partido por tal o cual protagonista de la noticia o por tal o cual lectura de la realidad, este artículo ensaya una suerte de interpretación acerca de por qué y cómo la prensa hegemónica en la Argentina derivó en vulgar cloaca para despojos de operaciones de acción psicológica. 
Por Víctor Ego Ducrot (*) /
Y digo de especial urgencia debido al escenario que últimamente nos condiciona como periodistas. Aunque conscientes de las dialécticas políticas y tecnológicas a las cuales por imperio de la Historia se ven sometidas nuestras prácticas, en claro tenemos que éstas no dejan de pertenecer a cierta ontología, a cierta razonabilidad de su propio ser como tal.

Es nuestra Facultad justamente la que le dio cobijo, y creo que la palabra está siendo utilizada con justicia, al trabajo que desembocó en el desarrollo del modelo teórico metodológico Intencionalidad Editorial, en tanto herramienta para el estudio de la producción y el análisis de contenidos periodísticos.

Desde ese modelo reconocemos que nuestros haceres se inscriben como parte del campo de la propaganda, en el sentido de que toda práctica periodística es parcial porque siempre y en forma inevitable y a partir de agendas, voces o fuentes y estilos o modos de relato, toman partido por tal o cual actor o circunstancia (siempre económica, política, social y cultural) de todo hecho con frecuencia denominado noticiable.

También entendemos a ese modelo teórico metodológico como un conglomerado semántico y de bases materiales para la producción de discursos, que se inscribe en el aparato de producción y reproducción de sentidos de una sociedad dada; y que a partir de la consagración del bloque histórico liberal burgués o capitalista-imperialista, una vez lograda la hegemonía que registran los grupos dominantes, el periodismo pasó  a encubrir su naturaleza militante (felizmente flagrante durante todo el Siglo XIX) tras los velos sigilosos y de ocultamiento del llamado profesionalismo, con su falsaria proclamación de objetividad.

Esa “profesionalidad” y esa falsa “objetividad” le permiten al periodismo  hegemónico imponerle a la sociedad toda un conjunto de valores expresivos de los intereses de las clases dominantes como si fuesen valores del conjunto; esa “profesionalidad” y esa falsa “objetividad” hacen posible que los oprimidos se identifiquen con los opresores, que las víctimas conjuguen éticas y estéticas con sus victimarios, que los pobres y los sojuzgados, los excluidos y discriminados, los violados, los asesinados, entiendan a esa violencia y a esa muerte como hechos de la naturaleza, de un neblinoso logos.

Sin embargo sucede que cuando la cuerpos tangibles entran en tensión histórica, cuando las víctimas saltan del deseo a la voluntad organizada, entonces se cumple una ley de oro de nuestro campo de praxis y análisis: la capacidad de influencia del aparato mediático hegemónico es inversamente proporcional a la capacidad de organización y movilización política y cultural de los actores que pasan de subalternos pasivos a rebeldes con proyecto propio de sociedad.

 Y en la medida que esa irrupción popular cobra densidad, volumen y profundidad es que aquella capacidad de influencia hegemónica agudiza su crisis, hasta entrar en un proceso de clara descomposición: es en ese momento, entonces, que el periodismo deja de ser tal para convertirse en otra cosa, en un hecho tan distinto e inesperado por quienes de una u otra forma aceptaron, incluso desde la negación, la maquinaria que ahora se cae a pardazos, que cuesta ser definido con precisión, también por quienes repugnan del mismo, poniéndose junto a los nuevos rebeldes.

Reparemos ahora sobre la patética vuelta de tuerca que pareciera tener  a Jorge Lanata  como protagonista central de esa degradación que venimos señalando, tópico sobre el cual  hay quienes se confunden al ubicarlo en el terreno de las habilidades y talentos para la ficción, para la literatura, cuando en realidad la propia historia de los aparatos de sentido, concebidos por el actual estadío de hiperconcentración que ostenta el sistema capitalista-imperialista; esa propia historia indica, da cuenta y memoria de que nada de talento creativo tienen los oficiales operativos, los mismos que con frecuencia terminan siendo devorados por la propia maquinaria que los utiliza. Es la misma historia que nos habla de los modos de acción psicológica encubierta (cover actions en los manuales en inglés de la CIA) que la comunidad estatal-privada del entramado de inteligencia de los países centrales – en especial de Estados Unidos- emplea desde sus primeras prácticas modernas (las emisoras radiales para Europa occidental durante los momentos terminales de la Segunda Guerra Mundial); las mismas que Henry Kissinger sistematizó tras la guerra de Vietnam, las mismas que las administraciones estadounidenses montaron contra Cuba a partir de 1960, las mismas que “la fusiladora” había ensayado aquí tras el golpe del ’55 (su teóricos se enorgullecían y siguen haciéndolo en los cursos de capacitación de la CIA, el FBI y la DEA de aquel logro, aun no suficientemente estudiado, que fue el ocultamiento histórico, por manipulación y sustitución de datos, de los bombardeos sobre Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955: un periodista se agiganta un día como hoy, al haber logrado con algunos de sus trabajos centrales que aquél mecanismo de sigilo y nocturnidad que envolviera al 16 de junio del ’55 un funcionase con idéntica eficacia cuando los fusilamientos de militantes peronsitas, otra vez Rodolfo Walsh).

 Pero volvamos a aquello en lo que estábamos, y para finalizar. Se equivocan quienes le atribuyen características de ficción literaria o histriónica a las practicas del tal Lanata, sobre cuyas propias condiciones psicológicas y somáticas trabajaron los asesores en inteligencia con los que cuenta el Grupo Clarín - porque a ellos recurrió hace rato el poder concentrado para operar contra el proyecto nacional y popular abierto y desplegado desde 2003 por Néstor y Cristina-, con el objetivo de ensayar esa suerte de versión como reflejada por espejos deformantes de las viejas técnicas de acción psicológica de la CIA.

En ese sentido es que me atrevo a concluir que estamos ante un hecho sedicioso, más merecedor de una investigación judicial que de una análisis desde la comunicación, muchos menos desde la teoría literaria, los cual sonaría a humorada; pues en eso, en hechos sediciosos, derivan las prácticas del periodismo que resigna su propia ontología, para ofrecerse en términos prostibularios como empleado de baja estofa de los conocidos de siempre, de los servicios de inteligencia, tan experto ellos en golpes de estado, torturas y delitos varios, casi siempre de lesa humanidad.
(*) Texto tomado del portal de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.