martes, 6 de diciembre de 2011

NOTAS SOBRE LA MARCHA PERONISTA

Del sueño grande de San Martín a la realidad efectiva de Perón, toda la Argentina cabe en la marcha peronista. Cierto, la única verdad es la realidad, pero los muchachos saben muy bien que los sueños también son reales. Capitales, combates y treguas ; bombos y platillos, corceles y acero, libros y alpargatas ; los principios sociales ; la Nación para todos ; la Nación para uno ; el varón argentino, modelo de hombres con o sin gomina con o sin camisa ; la geografía de la impaciencia que todo lo soporta ; los ricos que hicieron el Teatro Colón donde un día un sindicato se puso a cantar ; trabajar, fiesta del trabajo, andá a trabajar, primer trabajador ; la Resistencia, Montoneros y FAR ; uniformes de distintos estilos y colores ; las ganas de darle al parche con la energía del goleador ; el pueblo ; hasta el erotismo de Evita capitana en negativo, todo eso y mucho más resuena en esta música clásica argentina, acaso la más clásica de todas. Todo eso y mucho más cabría en la historia de un símbolo tan poderoso - dan ganas de decir: tan expresivo. Pues así es con los símbolos: solos, no son nada. ¿Qué importancia puede tener una canción, así fuera una marcha-canción, ante lo que el peronismo ha significado en la historia del país? Y sin embargo así es con los símbolos: en ellos resuena todo lo que ellos no son. Lo que la marchita no es pero evoca, es el país mismo, así como el peronismo, por más que haya nacido en 1945, es el prisma por el que la memoria histórica evoca la Argentina del siglo veinte en su totalidad. Por eso cantar la marcha y ser peronista fue la misma cosa, prohibir la marcha y proscribir al peronismo, la misma cosa también.

La trayectoria encantada de los himnos, las marchas, las banderas, los escudos, es como un campo gravitacional, que termina captando la historia de lo que simbolizan.
A condición de que se trate, claro, de un símbolo que funciona. Los cajones de todos los Estados, de todos los movimientos políticos, incluso los de muchos clubes o instituciones, están llenos de símbolos fallidos, de marchas fracasadas. Y el primer peronismo sólo obtuvo, con su instrumentalización política del canto colectivo, a pesar de sus muchos esfuerzos, resultados parciales. Pero la marcha peronista funciona, es, hasta el día de hoy, verdaderamente, « un grito de corazón ». 


Acaso el símbolo más feliz del repertorio nacional, tanto como la bandera y el himno, e incluso más - de esa felicidad particular que da la ilusión de encarnar sin mediaciones el sentimiento popular. Pues demasiado a menudo los símbolos patrios han dejado ver, como a contraluz, las maniobras retóricas del aparato milico-escolar. Sólo la marchita permite creer en una transparencia permanente del alma del pueblo, abrazada intacta al amor y al odio que supo conseguir. Un lugar común del entusiasmo compartido - común en el sentido de banal, pero también, de colectivo. La marcha peronista es el lugar privilegiado, el corazón mismo del entusiasmo peronista. Así lo saben incluso los no peronistas y los antiperonistas - saben que la marchita está « bien hecha », que a sus improbables autores « les salió bien ». Casi tan bien como La Marsellesa, madre de todas las marchas políticas modernas, de la cual hasta los aristócratas prusianos querían tener la partitura: Marchons! Marchons! Ocurre que el entusiasmo peronista es un momento particular del entusiasmo universal, de la tradición del entusiasmo universal - un « nosotros » que canta, como desde la Revolución francesa se ha cantado para anunciar y construir, a costa del sacrificio individual, la gloria de la Nación, la del pueblo, la del partido. O juremos, nosotros, con gloria morir. Y después: Nosotros, los muchachos peronistas. Genealogía ilustre, entonces, de los tiempos de San Martín a los de Perón. 

San Martín y Bolívar
Sólo que el himno nacional no conoce a San Martín. Entre un canto y otro un líder salió al balcón, convocando no sólo la gloria colectiva, sino también, el amor y la lealtad a un individuo. De los himnos griegos en honor de Apolo a los himnos cristianos en honor del Rey, el viejo truco político de la admiración del héroe conduce derecho a los cantos en honor de los líderes políticos modernos. Nosotros, los que cantamos, somos todos los leales, y el canto colectivo es la forma lírica de la lealtad. Y se trata de un grupo de hombres que canta al unísono. Pues las voces agudas de las mujeres en algunos arreglos cultos de la marcha peronista no llegan a ser más que el eco y la decoración de las voces graves de los hombres. Ellos: « ese varón argentino » / ellas: « ¡argentino! », como acotando, gentiles. Y quién necesita acotaciones, o bandas militares, sino el Estado. Las cosas son más directas en las versiones callejeras, con el único apoyo de los bombos, apenas salidos de sus canchas de fútbol. Si alguna mujer suma su voz al grupo, difícilmente cante, sin Evita, las muchachas peronistas. 


Estos hombres, históricamente, son los muchachos sindicalizados, y en el « como siempre » de su grito resuena una práctica organizada. Pero ese plural desborda el marco institucional del movimiento, para reconstruirse al calor azaroso de todas las reuniones de peronistas anónimos. Por muy enmarcado que haya estado su canto al comienzo, gracias al celo propagandístico de Oscar Ivanissevich y sus amigos, la historia del peronismo salvó a la marchita, como a tantas otras cosas, de una existencia disciplinaria, proyectándola en un atomizado afuera del Estado. Ese reconocimiento del líder, de un líder de la Nación que no se confunde con el líder del Estado, tiene, en su texto, dos tiempos. Cada estrofa se dirige hacia adentro del nosotros, Perón aparece en tercera persona; cada retorno del refrán le habla, en cambio, directamente a mi general, con la simulación del grito en espacios abiertos, y la confianza que da el voseo, tan raro en el repertorio político. De él a nosotros y de nosotros a vos, así circula el amor en la marcha-canción, y ese círculo es perfecto. A menos que Perón haya cantado él mismo la marchita, aniquilando en un flash narcisista su coherencia enunciativa. En todo caso los arreglos suelen subrayar esa estructura a costa de una ficción que parece la esencia de toda propaganda

De la versión más oficial, la del Coro del Teatro Colón, a la más oficialista, la de Hugo del Carril, el diálogo entre el primero de los leales, que completa su grito de corazón con dos puntos abre comillas, y el coro de argentinos agradecidos, que contesta Viva Perón!, refleja la relación entre el primero de los trabajadores y los otros. Hugo del Carril, líder suplente, da el ejemplo de cómo hay que seguir el ejemplo de Perón, por eso él mismo es ejemplar y será canonizado. Pero sin ir a buscar en tal o cual versión ese antiguo teatro político, hay que ver que la música confirma en eso al texto : tanto la estrofa como el refrán comienzan en la tónica y su primer tiempo fuerte cae en el quinto grado de la escala, cuyo suspenso alimenta su parentesco armónico con la dominante, como si la melodía estuviera siempre saliendo a buscar algo ; pero mientras que la estrofa, voz del narrador, despliega su acorde exhibiendo la convención marcial (digamos, aunque la partitura está en fa menor, en la menor : mi do la / mi...), el refrán, voz del sujeto político, recorre la escala por grado conjunto con la llaneza hablada del grito « natural » (mi re do si / do). Sólo en los descensos idénticos hacia la fundamental al final de la estrofa y del refrán, en la resonancia entre el capital y el trabajador, se unen los descansos alertas de los muchachos y el pueblo (mi re do si / la). 


Igualmente doble es su camino épico : el general combate al capital y en esa dura lucha establece los principios sociales de la igualdad y el amor, pero el triunfo que obtiene el varón argentino no es la derrota del enemigo sino la conquista de la masa que, como se sabe, es mujer, y ama. La marcha peronista es una canción de amor. Amor devocional hacia el líder, y amor fraterno entre iguales, en lugar de la retórica republicana de la fraternidad, ausente como la libertad. Pues las canciones de amor, si alguna vez hablan de libertad, es para mejor entregarla en el goce. Igual nada en este amor es blando, ni el ritmo ni la armonía, y el canto viene a destacar lo que en la masa mujer es hombre. Los muchachos que cantan no son todo el pueblo unido, sino la parte masculina que orienta al pueblo habitado por mujeres. Es una religión de la unidad, y la unidad es a la vez un hecho y un proyecto: el pueblo entero está unido, hoy, pero también todos unidos triunfaremos... algún día. 

La Argentina grande, ¿es ahora o mañana? Esa tensión es paralela al discurso del primer peronismo, entre celebración de la Nueva Argentina y movilización permanente contra los oligarcas. Y no porque la marcha venga mágicamente a reflejar, como un espejito, la realidad política de su momento histórico, menos aún una esencia transhistórica del peronismo, sino porque esa tensión es precisamente lo que al Estado peronista le interesa difundir. Así condenará a su descendencia al absurdo poético de pintar la « realidad efectiva » frente a la negación radical de esa realidad, el exilio del líder, la derrota de los muchachos y la desunión del pueblo, pero la incitará a la vez, como un vector de la esperanza insomne, a proyectarse en la utopía de la victoria futura. Igual se sabe que, ante la duda como ante el exceso de emoción, lo mejor es repetir, y la marcha ha sobrevivido porque se la siguió cantando « como siempre ». De allí la fuerza de las repeticiones: ¡Viva Perón, viva Perón! Y después: ¡Perón, Perón!, y otra vez más: ¡Perón, Perón! E incluso, en la versión de Emilio Ríos, tres veces: ¡Viva Perón, viva Perón, viva Perón! Claro que lo cuantitativo no es la única faceta de la emoción. Acaso haya que repetirlo: la marcha peronista es una canción de amor y, como tal, sentimental. Los peronistas verán en ese amor el símbolo del carácter auténticamente popular del movimiento, y los antiperonistas, el de su carácter auténticamente irracional, pero al menos habrá acuerdo sobre el diagnóstico. En ella se habla más del corazón que en una canción de Julio Iglesias. Y al sentimiento está asociada la tristeza. A veces se dice que es la única canción política en modo menor; eso es una exageración. Existen algunos himnos (el de Israel), algunas marchas (El ejército del Ebro), algunas canciones patrias (Alta en el cielo), incluso otros cantos peronistas (Es el pueblo) en modo menor. Igual la observación es estadísticamente cierta. Eso le da un toque triste. O incluso algo de un desvío trágico en el verbo patriótico. El espejito diría: como si el inconsciente musical peronista hubiera sabido ya en 1948 que un día las cosas iban a terminar mal. Pero nadie sabe por qué está en menor, esa explicación es absurda; lo que no es absurdo es pensar que su modo menor contribuyó a que le gustara a la gente cantarla y escucharla, sobre todo cuando vino la derrota, y esa retórica musical del sufrimiento encontró su ilustración directa en la experiencia histórica. Sin esa experiencia, acaso su potencial trágico hubiera desaparecido tras la violencia simbólica del Estado, el tachín tachín militar de la introducción. Hay que oír, en cambio, al grito de corazón zigzaguear, cromático: fa mi re# / mi. 


Por eso la marcha es conmovedora en la oposición, entre las cuatro paredes de las reuniones clandestinas, sobre los labios que la pronunciaron a escondidas, surgiendo subversiva en la cancha de fútbol, o en una manifestación de esas donde después viene la policía. Como música oficial, más allá del gobierno que la asuma, resulta más bien penosa. Cierto, su « estreno » en el Teatro Colón en 1948, aún vestida de marcha del sindicato de gráficos, habrá sido una bonita página, casi una postal vanguardista: las voces de los obreros perturbando el templo de una música seria que, salvo las valientes marchas de algunas óperas, a las cuales las marchas políticas tanto se parecen, suele desterrar, en los tiempos modernos, la política a sus márgenes. Aquel solfeo nacional y popular quedará en la memoria del Teatro hasta en las ordenanzas municipales que a partir de la Libertadora nunca se olvidarán de prohibir los actos « políticos ». Pero ese clip antioligárquico es aún tiempo de conquista. Más tarde, el canto habrá vivido la maldita gloria de los vencedores. Por eso la mejor crítica que puede hacerse de la marcha peronista (el espejito dirá : del peronismo mismo) es ponerla en sintonía con la música de Estado de aquella época : desde el Canto al Trabajo « al pie de la bandera sacrosanta », unidos « por el amor de Dios » del mismo Ivanissevich, y entonado por el mismo Hugo del Carril, hasta la Marcha del Plan Quinquenal, que rima con « general » y « engrandece y enriquece a la Nación » - sin olvidarse del Canto a la enfermera argentina, esa « maravillosa mujer » que tan sexy hubiera sido sin la maldita manía de andar « disimulando su amargura ». De frente mar. Y ni siquiera la cueca peronista o la zamba de las legiones descamisadas alteran el cuadro, mucho menos el improbable tango Descamisado en homenaje al 17 de octubre, que indirectamente sugiere, por su debilidad misma, todo lo que le debe el peronismo al tango de los años treinta y todo lo que le debe a la Libertadora el tango de después: mucho más que un cacho de pan. Todo eso, canto popular para estar satisfecho con Perón y con la vida. Todas, canciones que hoy parecen una demostración perfecta de la prepotencia del kitsch peronista. El pueblo está unido, sí, pero ¿el pueblo entero? ¿Qué espacio le deja la marcha al grito de los no peronistas? Claro, un poco de « contexto » sonoro recuerda cuánto el kitsch peronista depende también de una retórica, e incluso una tecnología, que tiñe toda la época con sus maneras de hablar, maneras de cantar, maneras de convencer. 

Los años cuarenta hoy parecen un poco cómicos en todos lados (en todos lados donde no hubiera la Guerra), y sería injusto echarles la culpa a los asesores de Perón. Igual, qué tontas esas músicas, esos discursos, esas propagandas del primer peronismo. Sí, la marchita aparece patética en su parecido con esos cantos patéticos de lo que, en el plano musical, no hay más remedio que llamar « el régimen » - un régimen pesado para el oído y para el hígado. Por lo demás, para definir las coordenadas de su género se puede hablar de La Marsellesa y del Oid mortales, o de los cantos del movimiento obrero, de La Internacional para acá. Pero La Giovinezza, el Horst Wessel Lied tampoco podrán quedar afuera del análisis. La marcha peronista tiene que asumir sus malas compañías, como tiene que asumir a sus primas oficialistas más mediocres. Sin embargo, también, súbitamente, aparece sublime en sus diferencias. Y no sólo porque está en menor, o porque a la gente le gusta cantarla. Sino porque la Marcha de la Libertad(ora), con su reciclaje del viejo sacrificio milico de la « muerte argentina », forma parte del repertorio al que supuestamente se opone. A la marcha peronista Ivanissevich se limitó a explotarla del modo más oportunista, pero la marcha de los amigos de Lonardi y Aramburu, Ivanissevich hubiera podido escribirla. 


Los antiperonistas se preocuparon por idealizar su clandestina y clerical « canción de guerra » con una fibra digna de los peronistas del 56. Lógico, Perón era, después de todo, un militar. Lógico, las formas de la admiración humana son limitadas, y los géneros musicales para manifestarla, más todavía. Pero el parecido entre las canciones peronistas y las antiperonistas recuerda que todos estaban habitados por el mismo demonio de la solemnidad oficial; todos, nietos de López y Parera. La marchita, no, o un poco menos. Si su aire militar es inconfundible, si su música es más simétrica que el edificio Libertador, acaso tengan razón los que la dicen también hija de las murgas y del fútbol, allí donde los vientos marciales se corren del compás. La marchita duda: ¿cómo debo cantarme, qué espacio dejarle a la síncopa, al swing ? ¿Cómo entonar la primera frase: negra con punto y corchea, como Héctor Mauré, o corchea con punto y semicorchea, como Hugo del Carril? La marchita se engancha: ¿cómo articular con el bombo al final del himno los dos adjetivos básicos de la vida nacional, argentino y peronista? La marchita piensa: ¿cómo sobrevivirme, cómo ser huérfana? Luche y la marchita vuelve. Y la marchita siempre volvió. Por eso nos ha seguido hasta acá, hasta ahora. Por eso vale la pena dedicarle un libro, o varios. 

Es un capítulo clave de la historia de la música argentina, como lo es de la historia del peronismo. Eso sí, a condición de evitar un malentendido. Que los símbolos viven, así lo propaga todo saber sobre la experiencia colectiva que admite e incluso se enorgullece de decirse leyenda. Y mucha leyenda hay en torno al peronismo - tanta, que las fronteras entre historia, ficción y memoria tienden a borrarse. Inútil subrayar cuánto pesa en esa configuración, entre otras cosas, la infinita actualidad política del peronismo. Frente a esa inercia mitológica parece saludable rechazar el espejito que ve en el símbolo sólo lo que simboliza, y salir en pos de una historia verdadera. Que diga cómo, precisamente, por qué vías de origen, género y práctica, sus estrofas pusieron en marcha, de una manera única en la historia del país, un vínculo que va y viene del canto, vehículo de la emoción individual, a la política, motor de la vida en comunidad. 
Esteban Buch 
Fuente:http://www.ameriquelatine.msh-paris.fr/spip.php?article32 


Mabel Maidana, Co-coordinadora Comisión Nicolás Casullo
de Medios Audiovisuales en Carta Abierta

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