Sin embargo Ricardo Forster es actualmente uno de los pensamientos mas agudos, organiza un relato que desmenuza las palabras y les devuelve un contenido que flota sobre los significados enraizados en una visión política enclavada en el peronismo.
Nunca como hoy la palabra "destituyente" es utilizada casi a diario, ha logrado un lugar en el habla cotidiana. Escribo ésto pensando en el maestro Nicolás Casullo quien nombró y echó a rodar la palabra "destituyente", siempre extrañado, siempre pensado, leído y recordado. Ricardo Forster hace que esos pensares y pesares adquieran la fosforescencia de aquella ausencia.
Mabel Maidana, Co-Coordinadora Comisión "Nicolás Casullo"
de Medios Audiovisuales en Carta Abierta
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Leamos a Ricardo Forster en un artículo publicado en la Revista23 el 10-03-2010
Cuando en abril del 2008 se publicó la primera de las cartas abiertas propuestas a la sociedad por un amplio abanico de hombres y mujeres de la cultura y de la vida intelectual y académica, en ella se lanzó al ruedo una idea que luego recorrería la escena política y mediática de un modo que sorprendió a quienes habían redactado esa carta. En ella se decía que se percibía en el país, a partir de la agresividad de las medidas tomadas por la mesa de enlace y festejadas por gran parte de los medios de comunicación hegemónicos, la aparición de un “clima destituyente”.
Lo que se intentaba señalar era que una oscura y continua tradición de horadación y de debilitamiento de los gobiernos democráticos volvía a hacerse presente en el escenario argentino y particularmente contra el que iniciaba Cristina Fernández que apenas si llevaba tres meses al frente del poder ejecutivo y luego de haber recibido el apoyo del 46% de la población. Tradición agresiva y antidemocrática de las corporaciones económicas y sus aliados políticos que siempre estuvieron acostumbradas a ejercer el verdadero poder detrás de gobiernos democráticos débiles o paulatinamente debilitados por un sinnúmero de presiones. Complicidades de sectores de la oposición entusiasmados con “heredar” antes de tiempo a quien había ganado legítimamente la elección y se negaba a doblegarse ante las demandas corporativas, demandas, vuelvo a decirlo, que son y han sido permanentes en la vida de la democracia argentina.
Raúl Alfonsín, como antes Arturo Illía, supieron de esas presiones inclementes que acabaron por arrinconar, debilitar y, en el caso del médico cordobés, arrojarlo del gobierno a través de un golpe militar, sus tímidas intenciones de controlar y limitar el peso del poder económico. A Alfonsín las distintas corporaciones lo dejaron exhausto e indefenso en medio de un estallido brutal de la economía que desencadenó un proceso hiperinflacionario. Incluso aquellos que gobernaron a favor del establishment económico-financiero, como lo hizo De la Rúa, fueron escupidos del poder cuando demostraron su inutilidad. En el laberinto argentino las diversas formas de la desestabilización siempre tuvieron como núcleos referenciales, generalmente en las sombras y detrás de la escena visible, a los poderes económicos y a sus aliados (pudieron ser los militares cuando los golpes de Estado eran avalados por Estados Unidos y cuando la Constitución era un papel mojado al que nadie hacía caso; fue y lo sigue siendo gran parte de la cúpula de la Iglesia, sectores del sindicalismo y una porción no menor de una clase política funcional a los intereses del gran capital). Una debilidad de origen acentuada por la crisis de las representaciones políticas y por esa persistencia de una fuerte matriz antipolítica que recorre la vida argentina y que suele manifestarse con especial virulencia en las clases medias (una clave para entender el estallido del 2001 es seguir la pista de ese rechazo visceral hacia la política, forjado en las primeras décadas del siglo pasado y luego multiplicado con el correr del tiempo, rechazo asociado a la reducción de lo político a corrupción, venalidad y vaciamiento del ideal republicano que sólo podían sanearlo actores independientes y no sospechados de ser parte del “universo de la política”, fueran estos militares o empresarios).
Ellos, los dueños del capital y de los medios de comunicación, los grandes formadores de precios y los constructores de “opinión pública”, han fijado a discreción los límites, ese contrato no escrito con gran parte de la clase política y sus partidos ahuecados y fantasmales, con el que han venido, desde hace décadas, imponiendo sus condiciones. La democracia argentina no ha sabido, al menos hasta estos últimos años, deshacerse de ese enorme chantaje que encuentra en ciertos periodistas “independientes” y en la meticulosa y permanente construcción de sentido común por parte de los grandes medios una maquinaria brutal que articula con fuerza el núcleo destituyente de su accionar.
En otros tiempos argentinos el camino para sostener los intereses de los poderosos era incitar a los militares para que acabaran con los corruptos y antirrepublicanos que amenazaban las bases mismas de la nación. Entre el año ’30 y el ’76 el país fue testigo de una sucesión de golpes encabezados por aquellos que decían ser los genuinos defensores de la tradición republicana envilecida por el populismo, la ineficiencia y la corrupción de los políticos. Detrás de ellos, sustentándolos y ofreciéndoles apoyo ideológico, estaban el establishment económico y sus respectivos “comunicadores” (desde los lejanos tiempos de Natalio Botana al frente de Crítica y horadando al gobierno de Yrigoyen, pasando por Mariano Grondona y Neustadt, hasta los actuales adalides de la independencia periodística, lo que se desplegó fue la poderosa presencia de la maquinaria mediática puesta al servicio de esos intereses hegemónicos y siempre justificando su accionar en la defensa de la “verdadera democracia” y de la “calidad institucional” amenazada, cada vez, por gobernantes corruptos, inútiles o autoritarios. Su estrategia actual es jugar en espejo con las enseñanzas dejadas por Honduras y su golpe institucional en nombre, ahora, de la “defensa de la democracia contra aquellos que, desde su interior –léase los gobiernos considerados “populistas”–, intentan debilitarla y restringirla de un modo autoritario”). Seguir las columnas de Morales Solá en La Nación –erigido en vocero “intelectual” de una oposición a la que azuza para que se una más allá de sus diferencias y desconfianzas– es un buen ejercicio para observar de qué modo, con qué argumentos, la derecha busca destituir al gobierno siguiendo, según las circunstancias y las oportunidades, distintas estrategias que converjan, todas, en la clausura deseada del gobierno kirchnerista.
Cuando entró en decadencia la más brutal de las dictaduras que hayamos conocido y cuando la “solución militar” comenzó a perder vigencia y legitimidad, incluso para el imperio del norte, la democracia se convirtió en el bien más preciado y “defendido” por todos los actores sociales, económicos y políticos siempre y cuando, eso por supuesto nadie lo diría, no se intentara, bajo estos nuevos aires democráticos, cuestionar el poder concentrado de las corporaciones económicas. Los que amanecieron fueron gobiernos democráticamente legitimados que, sin embargo, no pudieron eludir, y tal vez no se lo plantearon, el modelo de dominación férreamente construido en los años de la dictadura videlista. El primer tramo del gobierno de Alfonsín, con Grinspun como ministro de Economía, intentó fijar un rumbo distinto buscando desprenderse de la maldita herencia dejada por Martínez de Hoz. Fracasó, y la respuesta fue primero el Plan Austral y luego, al mostrarse incapaz el gobierno de administrar las nuevas formas de ajuste y las nuevas exigencias que le irían dando forma a la alternativa neoliberal, lo que le sucedió fue el abismo hiperinflacionario y la continuidad, sin fisuras hasta mayo del 2003, del predominio absoluto de las corporaciones económicas. En el medio, el menemismo dejó su profunda marca en el cuerpo argentino, contribuyó a lo que Nicolás Casullo denominó con una elocuente imagen: “El prostíbulo del sentido común argentino”, ese que ha venido cobijando el cualunquismo de una parte notable de la clase media.
Lo destituyente, ese inesperado giro retórico lanzado en la primera Carta Abierta, que vemos reaparecer con especial virulencia entre la mayor parte de la oposición y que recorre con sus mecanismos cada vez más indisimulados los pasillos del Congreso de la Nación y las principales tapas de diarios y de informativos televisivos y radiales, no representa otra cosa que el deseo de reapropiarse de las decisiones gubernamentales por aquellos que defienden los intereses de los poderosos. Lo que buscan es ponerle fin a esta excepcionalidad que, rompiendo los moldes aceptados por el establishment, hizo girar de un modo distinto la rueda del poder en un país acostumbrado a arrodillarse ante los dueños de las riquezas, esos mismos que buscan impedir, a como dé lugar, un cambio en la distribución de la renta que beneficie a los incontables de la historia. Así ha quedado claro con el rechazo del pliego de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central, un rechazo inédito y que pone de manifiesto que la oposición desea impedir que alguien opuesto a la ortodoxia neoliberal dirija nuestra institución monetaria. Rechazar el Fondo del Bicentenario, judicializar todas las decisiones presidenciales de un modo abrumador e intolerable para la propia democracia, apropiarse de todas las comisiones rompiendo todos los antecedentes parlamentarios de la historia argentina, son apenas las pruebas de su indeclinable acción destituyente que se entrelaza con el papel inverosímil e insostenible del vicepresidente de la Nación que se ha convertido en la cabeza visible de esa oposición.
A todo eso lo llaman defender la República y luchar contra la falta de calidad institucional. Han erigido una alianza impresentable, oportunista, una verdadera tienda de los milagros entre Giustiniani y Menem, entre Rodríguez Saá y Gerardo Morales, entre Chiche Duhalde y Estenssoro, entre Federico Pinedo y Carrió, entre Felipe Solá y Oscar Aguad, entre Reutemann y Binner, entre Sanz y De Narváez, entre Macri y Ricardo Alfonsín. Tienda de los milagros que se convertirá, si logran su cometido destituyente y al día siguiente de su imaginado éxito, en una batalla campal de todos contra todos por ese poder vacante que cada uno de ellos desea con especial fervor. Eso es hoy la oposición, esos son sus fervores republicanos y su defensa a rajatablas de las instituciones. En esa toma por asalto de las comisiones sin respetar el lugar y el papel de la primera minoría que, además, representa al oficialismo; en ese intento absurdo de hacer girar la Constitución nacional a su antojo para que pasemos a ser de hecho un país con régimen parlamentario sin paso previo por una reforma constitucional que elimine el presidencialismo vigente; en su indisimulado rechazo al uso de reservas para pagar deuda sabiendo que las otras alternativas suponen una política de ajuste (incluyendo en esto a los sectores “virtuosos y puros” de cierta centroizquierda que vende su apoyo por el plato de lentejas de una comisión de investigación de la deuda externa que dejará de funcionar y de tener alguna significación en el preciso instante en que la oposición de verdad, la que representa a las corporaciones económicas, llegue al gobierno), en todas estas actitudes, en esta construcción de un verdadero bloque variopinto que se une con la sola misión de debilitar al gobierno impidiéndole gobernar, es que se manifiesta con toda su virulencia la persistencia acá, ahora y entre nosotros, del “clima destituyente”.
2 comentarios:
Compañeros: Los invito a participar del primer y único blog de humor oficialista.
Para muestra sobra un botón:
Lilita tiene menos ideología que una puerta giratoria ...
Paja y paja!
Ustedes sigan con la paja mental y les va a crecer pelos en el cerebro.
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