lunes, 30 de julio de 2012

Memorias de un mercenario (folletín verídico): Sangre, sudor y lucro

“El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en Una puta inmaculada, la introducción a estos relatos. Su autor se retiró de lo que aquí llama “el periodismo industrial”, no arrepentido, pero si harto, al cabo de 25 años de servicio. De su experiencia, estos recuerdos.


Por Daniel Ares (*)  
Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.(Jean Lartéguy).



El periodismo es para los chicos. Recuerdo haber dicho esa frase por primera vez hace ya muchos años en la mesa de un  bar de la trasnoche de un cierre de la revista Noticias  ante algunos cansados colegas que allí me dieron toda la razón del mundo con una risa amarga. De tanto en tanto me cuentan que la frase todavía rueda por las redacciones, ya casi anónima. No reclamo derechos, ja. Apenas me alienta y lamento que le deba su vigencia a la verdad incontestable que formula: El periodismo es para los chicos.
Por supuesto me refiero al periodismo con fines de lucro, y sobre todo al  periodismo en gran escala, ese que llamo “periodismo industrial”, el de los grandes multimedios, esos que amasan fortunas mientras cocinan poder. Allí las fantasías juveniles sobre el oficio, estallan más rápido que las pompas de jabón de don Antonio Machado.
Superado más o menos pronto el deslumbramiento inicial por el frenesí neurótico de las redacciones, por las aventuras de cabotaje, y por la falsa bohemia -que no es sino el trabajo extra que pronto descubrís que nunca te pagan-; muertas ya sobre los hechos las locas ilusiones de la escuela de periodismo, el Periodismo, su noble esencia, se evapora enseguida en el corazón del novato, que allí nomás se petrifica y continúa… o se evapora también.
El periodismo es para los chicos, pasado un tiempo es un trabajo como cualquier otro, cuando no ya un negocio, en el cual se habla sobre todo de dinero o de poder, o de ambas cosas a la vez, o apenas de fama, de vanidad, de figuración, de nada….
El periodismo como “faro de la verdad que alumbra el camino de la sociedad hacia el bienestar común” o cosas así, son, pronto, chistes que hacen reír a los profesionales, y cuanto más profesionales son, más se ríen. Ja.
El periodismo es una industria cuyo comercio mueve millones. Es un negocio, uno de los negocios legales más grandes y más poderosos del mundo; y como todo gran negocio, es un negocio duro.
Cuando gobiernan las armas, los medios –lo vimos en la Argentina- o bien desaparecen, o bien secundan a las armas, como hicieron Clarín y La Nazión, por ejemplo.
Pero ya en democracia, los medios “son” las armas. De nada sirve mover el más grande aparato partidario para llenar un estadio o dos, cuando otro por la tele te llena diez estadios sin moverse de un estudio. En democracia, los medios son las armas y las armas no son para que jueguen los niños. Por eso el periodismo es para los chicos, pero el negocio no.
El joven novato, con su pasión y su frescura, y su pequeño hatillo de grandes sueños, ¡Oh!, será siempre muy bienvenido en cualquier redacción, como suele serlo en la batalla la valiente carne de cañón de las primeras líneas. Pero si quiere sobrevivir, el novato tendrá que aprender el negocio.
El periodismo es una industria cuya materia prima es la realidad, la información, sí… pero ese no es el producto que vende. El producto que vende dicha industria es justamente la manufacturación de ese insumo, de esa realidad, y de la información que la compone.
Suele decirse que “en las redacciones todo se sabe”. Doy fe. Antes o después toda verdad que más o menos importe, llega a cualquier redacción más o menos importante. Pero también doy fe de que pocas verdades salen de una redacción tal cual entraron. Apenas sí la parte o la forma que defienda o no afecte los intereses económicos y/o políticos de los dueños del medio, de sus socios y sus aliados. Esa es la primera verdad, y el que no la aprenda pronto, no aprenderá mucho más.
Entendido esto, el novato entonces ha de aprender la técnica. La técnica es la suma de recursos a partir de los cuales podrá expresar una idea que no tiene, explicar un hecho que no terminó de entender porque no le dieron tiempo o presupuesto para terminar de investigar; o también presentar como irrebatible una argumentación cosida de apuro con tres o cuatro rumores sin chequear, y sendas precisas directivas de la superioridad. Hay gente muy diestra en el manejo de estas técnicas, y suelen alcanzar posiciones de privilegio con las que tanto sueñan tantos aprendices.
Estos hombres, los profesionales, son apreciados por muchas condiciones, pero sobre todo, por su ductilidad. Son los que siempre se disputa la competencia, los que hoy están aquí y mañana en el medio rival diciendo todo lo contrario pero ganando el doble –caso Lanata-; o instalados para siempre bajo el amparo del mismo mejor postor, disfrazados ya entonces degente de convicciones, caso Joaqu-Inmorales Solá. Estos suelen ser los más caros, los que además de oficio, experiencia, contactos y técnica, venden su nombre como una marca, más su público cautivo como un ganado propio.
“Toda generalización es absurda -decía Bernard Shaw-, incluso ésta”; pero más allá de las honrosas excepciones de rigor -y de sus precios relativos-, del renombre o no que tenga uno u otro; todos ellos son “profesionales”. Algunos los llaman “mercenarios”. Yo, por ejemplo, porque yo fui uno de ellos. Por eso tampoco lo digo despectivamente, sino con cierto resignado orgullo. Después de todo, los mercenarios por lo menos saben que no son sino soldados, peones, a lo sumo alfiles cuando no caballos del impresionante ajedrez sobre el que danzan.
Y así como no puede acusarse de “cipayo” a un operario de la Coca Cola, así tampoco los periodistas, los trabajadores de los medios, pueden ser culpados por los crímenes del medio al que sirven. Ni por lo tanto creerse, ninguno de ellos, nada especial, sino apenas lo que son: operarios de una gran maquinaria que en sí misma los ignora.
Son tiempos cruciales para el periodismo en la Argentina. La Ley de Medios, el abierto enfrentamiento por fin con los monopolios multimediaticos que hace mucho usan su  poder para algo más que informar, el emplazamiento de la Corte Suprema de Justicia;  marcan los picos de la contienda… son días cruciales para el periodismo, y para la Argentina.
Pero no para los periodistas.  A lo sumo se abrirán nuevas fuentes de trabajo, en ese sentido, sí, pero… pero cuando el mando cambie, cuando muden los patrones, cambiarán seguramente los villanos y los héroes de sus páginas, el enfoque general del medio, el contenido y tal vez hasta el estilo, el nombre, y el papel; pero los periodistas no.
Cuando todo cambie ellos seguirán allí, en la línea de combate, haciendo su trabajo,  cumpliendo con sus órdenes, siempre soñando con otro ascenso y su aumento, con las vacaciones en enero; siempre al pie de cada cierre, atentos al taller que acecha porque es la hora, presionando al boludo que no entrega y te entierra, soportando al patrón que pide sangre, sudor y lucro… pase lo que pase ellos seguirán allí como siguen los soldados en el frente por mucho que cambien los mandatarios que los mandan… Siempre alguien tendrá que carga ese fusil, y disparar contra ese blanco… siempre.
Y salvo por esos chicos que por un rato juegan a ser héroes, idealistas y valientes, la guerra y el periodismo, como tantas otras actividades muy lucrativas, se resuelven con profesionales, es decir: gente que hace lo que le dicen, sin preguntar demasiado, porque para eso le pagan lo que le pagan.
Románticamente yo los llamo mercenarios porque fui uno de ellos, y porque los sé inocentes. Hacen lo que les mandan porque precisan la paga. Son la mano ejecutora, nada más. Matan y salvan sin pasión, es su trabajo.
Sé que algunos de ellos se creen mucho más, y más de uno acaso escupa la pantalla si me lee. Yo los perdono a todos como si fuera quién.
Los periodistas no son culpables de nada aunque tampoco son inocentes. Surgen de las profundidades de un conflicto mucho más hondo, y sólo tratan de sobrevivir. Ya en la batalla, el fuego los modela, no los viejos sueños.
(Continuará).
Fuente: Agepeba
(*) El autor es editor de Elmartiyo.blogspot.com



viernes, 27 de julio de 2012

Memorias de un mercenario (folletín verídico): “Una puta inmaculada”

25 años de oficio periodístico en los grandes, medianos y pequeños medios argentinos, me permiten afirmar, sin temor a la polémica, que el periodismo es un negocio basado en la extorsión, que la prensa libre no existe, y que estamos todos rodeados. Por eso la “Ley de Medios”. El tamaño de su esperanza, y la ferocidad su contienda.

Por Daniel Ares (*) / Para sostener la pluma con la espada, doy inicio con a estas Memorias de un mercenario, porque una buena historia vale más que mil imágenes.


Más allá de su apariencia literaria, vale advertir que esto no es una ficción. Todos los hechos y las personas que aquí se mencionen, así como los escenarios, los medios y las fechas, son reales. Cualquier parecido con la ficción es porque los medios suelen convertir la realidad en una ficción. Pero esta es la verdad de esas mentiras.
Por supuesto cuando digo “periodismo” y “negocio”, me refiero entonces a lo que mal suele llamarse el“periodismo profesional”, y que yo personalmente prefiero distinguir aquí como “periodismo industrial”. Dejemos lo de “profesional” para destacar la excelencia o la eficiencia, no la obediencia.
El periodismo entonces, en tanto negocio, es un negocio basado en la extorsión.
Más de veinticinco años de oficio en dicha industria me dan carta blanca para afirmarlo así de rápido, y me permiten además sostenerlo en pocas líneas.
El periodismo es un negocio basado en la extorsión: se denuncia lo que no anuncia, y lo que anuncia no se denuncia. ¿Hace falta decir más? Más digo.
Me abstengo de dar nombres en esta introducción porque aquí no quiero perjudicar a nadie en particular sino a todos en general.
Ningún medio, grande o pequeño, que ostente algún anuncio, o se apoye en algún financista, morderá jamás la mano que le da de comer. ¡Mas cuidado con aquél que allí no anuncie ni aporte! Ése prófugo, desde ya sospechoso, bien puede ser investigado, incluso perseguido, y, si alguna mínima falta, pecado o culpa le caben, ¡inmediatamente denunciado!, pues claro: ¿para qué está el periodismo sino para esclarecer a la opinión pública, verdad?…
Ahora bien… si el investigado-perseguido-denunciado, antes de ser denunciado, es avisado de la inminente denuncia –cosa que en las grandes redacciones ocurre con frecuencia-, y allí entonces, de pronto iluminado, el investigado decide por fin anunciar… bueno, allí tal vez acaso aquella investigación exclusiva deje su espacio a otra información, exclusiva también, por qué no, un divorcio rimbombante, o mejor aún, algún escándalo de vodevil que bien puede acabar en nada…
Hubo un tiempo en que ese periodismo fue el cuarto poder. Hoy es el primero.
Porque alguna vez algunos hombres, inventada la imprenta, descubrieron que se podía lucrar con la información; pero luego otros hombres, más astutos, más hábiles, más vivos, descubrieron que con la información se podía lucrar, sí, pero con la opinión, la injuria y la calumnia, se podían hacer fortunas.
Estos hombres, tan sagaces, sabían también que la gente, el grueso del público, no quiere la verdad, quiere apenas que le den la razón; quiere argumentos más o menos elaborados para decir lo que dicen sin saber muy bien por qué lo dicen; o sea: quieren un guión para sus obsesiones y sus fantasmas… Así, y desde siempre, el público de izquierda, por ejemplo, compra diarios de izquierda; y el de derecha, a su vez… Y así aquellos hombres tan astutos, tan sagaces, aprendieron a tocar la canción que su público quisiera escuchar, y entonces con el público, claro, llegaron los avisos, los anunciantes, los financistas… y los que no llegaron, los fueron a buscar, ¿o para qué tenían el público, no?…
Blindados por la santísima trinidad de La Opinión Pública, La Verdad y La Libre Expresión, estos hombres, tan sutiles, tan astutos, tan arteros, comenzaron a hostigar a todos aquellos que podían y no querían anunciar con ellos, o facilitarles créditos; o en el caso de funcionarios oficiales, exenciones impositivas, concesiones, licencias, prebendas… negocios, bah.
A cambio, claro -como don Vito Corleone, por ejemplo-, estos hombres, tan pícaros, tan pillos, tan visionarios; ofrecían protección cuando no difusión: ya nadie rompería sus vidrieras nunca más, y encima sus productos serían los más vendidos…
Dueño así del público y sus líderes, el periodismo industrial creció y creció. Por cada diario vendido, se cuentan cuatro cabezas compradas. Cuando llegaron la radio y la televisión, y el cable y sus cadenas de noticias 24 por 24; ya todos quedamos rodeados. Y entonces el cuarto poder se convirtió en el primero.
Así los medios, los grandes medios –que no son medios, que son grandes grupos, inmensas concentraciones de dinero y de negocios (de poder, o sea)-, representan las únicas tribunas públicas que nos quedan, y desde allí ellos, los dueños de esos medios -de esas tribunas-, imponen, filtran, escogen, para nosotros, candidatos, jueces, diputados, senadores, y cómo no, presidentes…
De izquierda o derecha, de centro o de costado, todo medio en venta precisa dinero, se hace por dinero, y quiere dinero. Y por un simple instinto de supervivencia, no ataca a quien le da dinero, ataca más bien a quién se lo niega.
Que alguna vez el vacío de las instituciones en la Argentina haya elevado una industria a la categoría de institución… no es mérito del periodismo sino consuelo de tontos.
Sé lo que digo. Si alguien quiere discutirlo, aquí estoy. Veinticinco años de oficio. Más. En los más grandes medios, en medios medianos, pequeños, laterales, de orígenes, tópicos, alcances y objetivos diferentes. Fui marinero, y me retiré capitán. Sé lo que digo.
Mientras tanto y desde ya, para sostener la pluma con la espada, y porque una buena historia vale más que mil imágines, aquí comienzo esta serie de rápidos relatos basados en experiencias propias que refrendarán con hechos, fechas, nombres y detalles, cada una de estas palabras; y que bien me cabe titular, humilde y honradamente: Memorias de un mercenario.
De momento, aquí dejo martillada esa triple verdad que desde ya me banco ante cualquiera: el periodismo industrial es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados.
Por eso la “Ley de Medios”. El tamaño de su esperanza, y la ferocidad su contienda. (Continuará).
Fuente: Agepeba
(*) Editor de Elmartiyo.blogspot.com